
Cristo ha resucitado. Nadie podrá privarnos de su amor que ha vencido al odio y ha derrotado la muerte. Los hombres vivos, resucitados, hemos de vivir como testigos, que llevan la luz en sus ojos, contagian la alegría del corazón, demuestran su fortaleza ante la adversidad y testifican el amor del resucitado en todas sus obras. Esto es vivir según la lógica de la Pascua. Esto quiere decir que cada día debemos permitir que Cristo nos transforme y nos haga semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirlo, incluso cuando reconocemos nuestras limitaciones y nuestras debilidades.
Jesús ha resucitado, está vivo y acompaña misteriosamente cada ser humano. Lejos de alejarnos de los que sufren, esta alegría nos da el coraje de enfrentar nuestros propios sufrimientos y el de los demás. Para conservar y encontrar siempre la fuerza de esta fe pascual, necesitamos caminar con otros, hablar con otros de nuestra fe, de nuestras dudas, de cómo rezar. Cristo ha resucitado, y es Él quien nos reúne, más allá de todas las diferencias posibles entre nosotros. Avivemos nuestra relación con El. Intensifiquemos nuestra oración y la colación de su gracia en los sacramentos para vivir como auténticos hijos de Dios, con los sentimientos y deseos de Cristo, haciendo su voluntad, entregando nuestra vida como servicio. Dejemos que El viva en nosotros.