
La Pascua es un nuevo comienzo. La muerte victoriosa de Cristo es el momento culminante de la obra de la redención y nos recuerda siempre que el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Nadie puede seguir a Jesús y perderse. Solo el amor tiene la última palabra. Cristo ha derrotado la muerte y proclama que Dios existe y está al lado de la vida y el bien, está a nuestro lado comprometido con nosotros y nuestra historia. La Pascua celebra el misterio de Cristo en su totalidad. Cristo es el Cordero sacrificado por nosotros que pasa de la muerte a la vida y nos otorga vida nueva. Para participar en la vida nueva los bautizados vivimos la Eucaristía, que es nuestra Pascua. Desde que Cristo resucitó hemos sido asociados a su victoria, de modo que nuestro sufrimiento unido al de Él lleva en sí la semilla de la esperanza, que en la eternidad germinará en gloria y, al final de los tiempos, en Resurrección, “porque si hemos si hechos una misma cosa con Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (Rm 6,5).