Ayer Lunes Santo presidí la Misa Crismal en Ceuta. Mañana, Miércoles Santo, invito a todos a la participación de la misma en la S. A. I. Catedral de Cádiz a las 12:00. La Misa Crismal tiene un significado especialísimo para todos los fieles. Y también para los sacerdotes, cuya concelebración muestra la unidad sacramental en el corazón de Cristo, en la Iglesia, con el obispo, al servicio del pueblo santo de Dios. El día de la Institución de la Eucaristía se desdobla así en dos grandes celebraciones: El Oficio de la Cena del Señor -que celebramos el Jueves Santo-, y la Misa Crismal para la consagración del crisma, la bendición de los óleos, y para que los sacerdotes unidos en la concelebración y expresando esta unidad en la comunión de la Iglesia podamos renovar nuestras promesas sacerdotales. Estos santos óleos bendecidos serán utilizados todo el año en los sacramentos. Hacemos presente a la Iglesia, que recibe en herencia la fuente de la que brota toda gracia: la fuerza del Misterio Pascual de Cristo, su muerte y resurrección, por la que somos ungidos con el Espíritu de Santidad, para ser santos y santificar la tierra.

Doy gracias a Dios por nuestros sacerdotes: por vuestro servicio a la Iglesia, tan necesario, del que se beneficia el mundo entero. Damos gracias al Señor por la vocación recibida, por la fidelidad mantenida por su gracia y nuestra colaboración. Pedimos por los sacerdotes más necesitados, sobre todo por los enfermos y ancianos. Gracias al Señor y a la Iglesia por este don maravilloso del sacerdocio, y gracias, repito, por vuestro inestimable servicio.

Todos, como Santo Pueblo de Dios, hemos sido ungidos, crismados por el Espíritu Santo, y así sabemos que el Señor ha introducido en el mundo, a través de los otros “cristos” que somos los cristianos, la santidad de Dios. Vivamos nuestra consagración bautismal, y de una forma específica esta consagración total de los consagrados y sacerdotes, a través de los consejos evangélicos, donde nos hemos comprometido a ser signo visible de lo que es el valor eterno de Dios que salva el mundo y llena los corazones totalmente, aquí y en la eternidad. Este seguimiento radical de Cristo debe animar a todo seguimiento en la santidad, en todos los estados de la vida cristiana. Demos gracias a Dios porque somos ungidos, amados y enviados para transformar el mundo a la medida de Cristo y del Evangelio.

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