
Aunque parece que ya hemos vivido mucho año 2019 hay que reconocer que estamos aún al comienzo. Digo esto porque estamos a tiempo de refrescar nuestros buenos propósitos, esos que se hacen cuando tomamos las uvas en nochevieja y que pronto olvidamos, pero siendo ahora más conscientes y con mayor empeño.
Dice San Agustín que siempre debemos ser como alumnos para poder seguir enseñando, y que hay que aprender cosas nuevas cada día, en el propio ejercicio de enseñar. Este ejercicio de sabiduría exige estar dispuestos corregirnos, lo que, dicho de otro modo, quiere decir que hemos de ser humildes para avanzar. Nada estará perdido mientras andemos buscando con sinceridad.
Tenemos motivos para pedir perdón al Señor, haciendo actos de contrición y de desagravio. Si miramos cada uno de los días del año, cada día hemos de pedir perdón, porque le hemos ofendido. Ni un solo día se escapa a esta realidad: han sido muchas nuestras faltas y nuestros errores. Pero son incomparablemente mayores los motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son incontables las mociones del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la Penitencia y en la Comunión eucarística, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro trabajo o nuestro dolor por los demás, y las numerosas ayudas que de otros hemos recibido. Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el año. Por tanto, debemos hacer actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina y, también, ¡como no!, dar gracias por los muchos beneficios. Pero, sobre todo, hagamos propósitos para el año que ha comenzado.
La Iglesia peregrina nos recuerda que somos peregrinos. Se dirige hacia su Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el Concilio, porque nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. Este tiempo es un regalo, es el tiempo de dejarnos hacer por la gracia de Dios y contagiar al mundo de su Evangelio.
En nuestra Iglesia Diocesana hemos comenzado con buen pie, con la fuerza del Espíritu que nos lleva a ser santos y evangelizar. Así lo palpamos en nuestra primera Escuela de Evangelizadores del año, con la compañía de Mons. Munilla, y presentando la realidad de Effetá y Emaús, unos Retiros que se inauguran en nuestra Diócesis y prometen dar mucho fruto. Demos gracias a Dios.