Quizás nos hemos familiarizado tanto ya con el lenguaje de la evangelización, la Nueva Evangelización, etc., que se pueda convertir en una especie de leitmotiv o un lugar común donde nos acostumbremos sin que tenga contenido. Pero debe tenerlo.

Vivimos tiempos recios. El cambio de época cultural y de crisis antropológica que diagnosticaba del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium no es una simple evolución a unas expresiones distintas de convivencia o a nuevas  ideas, sino verdaderamente a una batalla donde se enfrentan mentalidades opuestas, y si queréis más específicamente, donde se enfrenta una humanidad integrada en la vida por una cosmovisión religiosa, a un mundo sin Dios. Las ideologías políticas, que con sus episodios partidistas llenan diariamente los medios de comunicación, siguen la deriva de este conflicto y de la secularización en distancia, por no decir en clara oposición, a la vida cristiana, que, como vemos, se tolera como algo privado y se contempla como un enemigo a batir, haciéndolo cómplice a veces de todos los males sociales.

Remontándonos un poco antes, la Revolución cultural de los años 60 ha hecho una mella muy profunda en la sociedad, imponiendo una nueva moral y dejando paso al relativismo y su expresión última, la Ideología de Género, que se impone con políticas totalitarias y que marca con una nueva educación a las nuevas generaciones y a todos, a las antiguas también, pero con un propósito claro de renovación cultural a través sobre todo de las nuevas generaciones. El pueblo de Dios que vive en el mundo experimenta una gran confusión y zozobra en sus planteamientos morales, aunque puede comprobar con un poco sentido común, y sobre todo con sentido cristiano, en los efectos de esta difusión cultural la gravedad de sus consecuencias.

Cristo y su Evangelio nos enseñan a desarrollar no solamente un conocimiento que descubre o explica el valor de la fe, sino una vida mejor, porque la vida evangélica, el camino de la santidad, es en el fondo lo más razonable, pues responde mejor a nuestra vida humana, a nuestros deseos y aspiraciones. Aspiramos por tanto a vivir y a enseñar a vivir de acuerdo con estos principios que aprendemos y de los que tenemos que ser capaces de dar razón. Estos son los auténticos maestros, y la mejor formación cristiana: la que llena nuestra vida con un hondo sentido vocacional, con un genuino empeño por el perfeccionamiento personal para poder compartir con los demás lo que verdaderamente la sociedad necesita y espera de nosotros.

En esto creo que la historia de la Iglesia ha marcado un hito en la Encíclica Fides et Ratio, de San Juan Pablo II, que abre a un horizonte y nos propone una luz que hay que asimilar, porque son estos dos caminos, la fe y la razón, por los que tiene que caminar siempre nuestra enseñanza y nuestro aprendizaje. La Encíclica Fides et Ratio viene a auxiliarnos precisamente por ello en la tarea de la Evangelización porque si plantamos la semilla del Evangelio en el contexto de este mundo globalizado la fe puede resultar liberadora para el hombre y responder sobre todo a los interrogantes de la sociedad actual.

Jesucristo es el centro de vida cristiana y está en el centro de la evangelización. Precisamente por esto tiene que estar en el centro de todo estudio y profundización cristiana. La formación cristiana ha de abrirse a la plenitud humana que es Cristo, si se deja que la fe purifique y fortalezca a la razón para afinar mejor y con más consistencia en la búsqueda del bien humano. Por tanto, lo que nos urge a construir diariamente nuestra comunidad es la llamada de la fe. Y Dios cuenta con nosotros, de múltiples maneras, para que escuchemos su voz, y para que hagamos presente su Reino en el mundo, percibiendo a Jesucristo como la luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar la vía del futuro y el camino presente del hombre.

Hemos de afrontar abiertamente el discernimiento de las nuevas propuestas, dentro de una cultura del encuentro, para poder asumir y afianzar una fe con un suficiente criterio capaz de superar la duda y vivir con coherencia la verdad humana y cristiana, y poder proponer con toda claridad y sin temor lo que es, según Dios y, por tanto, acorde con la naturaleza.

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