En los informes con los que trabaja el Sínodo de los Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” se constata que hay que repensar los grupos juveniles como medio para que los jóvenes aprendan a ser católicos en el mundo y, desde su fe, ser líderes políticos, económicos, culturales, religiosos, aprovechando todos los espacios. La iglesia nos llama a formar discípulos – misioneros en todos los niveles. Y esto es tarea de todos. Para ello hoy se requiere una teología más carismática que institucional, una antropología esperanzada, acogedora, integradora; portadora de alegría, ya que evangelizar es el anuncio de las bienaventuranzas; y en salida misionera que evangelice mediante una vida cristiana al servicio del otro.
En realidad lo que finalmente cuenta es la alegría del Evangelio, de la Verdad, del Amor, de la Santidad. Esto va unido íntimamente al conocimiento de Jesucristo, pero un Cristo auténtico, bien presentado ¿No presentamos a veces una santidad licuada, aguada, mediocre? Es necesario insistir en la relación o encuentro personal con Dios, y, al mismo tiempo, descubrir la Iglesia como familia y comunidad, lugar de crecimiento y purificación, de fraternidad y de paciencia, donde el Señor nos espera e incorpora a su familia y nos propone una gran misión. Hay muchos jóvenes con deseo de Dios, dispuestos a aportar cuanto tienen a la vida eclesial. Debemos acompañarlos en procesos en que puedan progresar como discípulos y apóstoles del Señor.
Ante la falta generalizada de certezas, la ausencia de esperanzas y la vida superficial solamente harán su proceso de conversión y el discernimiento necesario para vivir a la luz del evangelio si son atendidos personalmente en comunidades acogedoras. Hemos de acompañarles desde la adolescencia hasta llegar a la adultez, haciéndoles descubrir metas capaces de entusiasmar que han de responder a su sed de sentido y colmar su deseo de fraternidad. En esta experiencia familiar y eclesial podrán crecer en responsabilidad para llegar a ser protagonistas de la historia y llegarán a ofrecer un servicio abnegado a la evangelización y al mundo por el camino de la santidad. Esta pastoral exige indudablemente una mayor implicación personal y un testimonio creíble a sacerdotes y educadores. He aquí una misión “en salida”, que nos obliga a acudir donde se encuentran, donde los mismos jóvenes han de llegar a ser apóstoles de sus compañeros.
Vivir la aventura de la vida con éxito es responder a la llamada de Dios y participar en la construcción de su Reino, dejando que nuestros deseos se encuentren con el suyo para cada uno.