apertura_curso_seminario_1_04_10_18_980x375.jpgAyer inauguré el curso en el Centro de Estudios Teológicos San Bartolomé, en un Acto al que acudieron alumnos, profesores y la dirección y coordinación de las diversas iniciativas de estudio universitario que llevamos a cabo en la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Siguiendo la Constitución Apostólica Veritatis Gaudium, hablando de la universidad católica, estamos en un momento oportuno para impulsar con profética determinación, a todos los niveles, un relanzamiento de la universidad católica en el contexto de una nueva etapa de la misión de la Iglesia, caracterizada por el testimonio de la alegría que brota del encuentro con Jesús y del anuncio del Evangelio. Dice el Santo Padre (VG n.3): “ha llegado el momento en que los estudios eclesiásticos reciban esta renovación sabia y valiente que se requiere para una transformación misionera de la Iglesia en salida”.

Cuando contemplamos el panorama universitario internacional de la posmodernidad,  parece que hoy lo más importante es la capacidad práctica, es decir, resolver problemas a partir del conocimiento técnico. Ante este planteamiento, nosotros hemos de defender una dimensión previa, donde entra la genuina práctica intelectual, que es, como ha sido siempre, la búsqueda de la sabiduría, que tiene una dimensión contemplativa reflexiva, humana, humanizadora, que llega a la formación integral de las virtudes intelectuales conjuntamente con el desarrollo de las virtudes morales. Y esta es una dimensión que da unidad, que integra los saberes y los trasciende. Sin ninguna duda es la teología la que nos permite llegar a la fuente de todas las cosas, hacia Aquel que ilumina la razón y la vida. Pero no nos aporta por sí misma la virtud, a no ser que nosotros las cultivemos junto al servicio, la fraternidad, la veracidad, la humildad, empezando por el estudio abnegado, y las demás virtudes, como estudiantes, y como convencidos creyentes que profundizan en la ciencia de Dios y en las cuestiones de la vida.

Todo esto necesita por tanto de la contemplación y, como decía Josef Pieper en “El ocio y la vida intelectual”, del ocio en el sentido clásico de la expresión, porque el estudio, la profundización en la verdad, no es sólo funcionalidad, ni la pregunta fundamental es “para qué sirve”, sino que es el deleite en la verdad encontrada para permitir en nosotros también la creatividad y el desarrollo humano, para que no solo se reciba una formación y unos conocimientos de alta calidad sino también las herramientas para poder responder a los desafíos del mundo actual y como medio de la transformación misionera de la Iglesia.

Podemos entender al Papa Francisco cuando insiste en la importancia de una formación universitaria católica enfocada a una responsabilidad social. Decía él que quien estudia en una universidad católica o escuela católica y aprende la vida y  la ciencia a la luz que aporta el Evangelio al hombre, puede y debe construir un mundo más justo y más humano, por tanto también promover la «cultura del encuentro». Y decía él que una universidad que sea de excelencia y con una dimensión social tiene que educar verdaderamente para transformar esta sociedad, donde también con el evangelio y para Dios los pobres sean lo primero.

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