
Acabamos de clausurar el Jubileo Diocesano en Cádiz, que nos ha colmado de dones del Señor durante el curso pasado. Demos gracias a Dios por nuestra Iglesia Diocesana y todas las gracias recientemente recibidas. Hemos percibido con toda su fuerza el regalo de la Iglesia que peregrina en esta tierra nuestra y lo hemos expresado peregrinando a la Catedral. Nuestra predicación, catequesis y reflexión han centrado nuestro corazón en su misterio de comunión para la misión. El curso que comenzamos ahora va a estar marcado especialmente por la espiritualidad del Corazón de Cristo, para conmemorar el centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús (1919-2019). En efecto, a través de la Iglesia, entramos suavemente en el Corazón de Cristo para aprender a amar como él nos ama, en un amor permanente de entrega que nos llena y nos satisface, porque la espiritualidad del Corazón de Cristo es una espiritualidad del amor de Dios en nosotros, del amor nuestro a Dios y del amor nuestro al prójimo al estilo de Jesús.
Me gustaría que en todas las parroquias se introdujera y acrecentara la espiritualidad del Corazón de Jesús, que es compatible con toda pertenencia eclesial, en toda parroquia, en todo grupo o comunidad. Más que un grupo aparte, nos proporciona un tono de vida que resume las actitudes fundamentales de la vida cristiana, nos inclina a sintonizar con Dios y a ver la vida desde su entrega apasionada, desde su misericordia infinita. Seguiremos profundizando en ello, en comunión eclesial, para dar a mundo una respuesta cada vez más adecuada y cercana al hombre de nuestro tiempo.
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