La emigración y los emigrantes son un reto permanente para nuestra caridad cristiana. La tragedia humanitaria que se ha presentado en los últimos meses ha desbordado toda previsión. Ante este drama desproporcionado a nuestras fuerzas, está siendo maravilloso comprobar la respuesta dada por la iglesia diocesana que, a través de innumerables voluntarios de Cáritas y de la Delegación de Migraciones, por su cuenta o como equipos parroquiales, se han volcado asistiendo a los migrantes recién llegados, colaborando abnegada y eficazmente con las administraciones públicas y las fuerzas de seguridad. Muchas gracias por esta colaboración. Ha sido una entrega espontánea que ha puesto de manifiesto la misericordia de Dios. En todas estas personas, más allá de las respuestas políticas nacionales o internacionales que han de darse, encontramos una llamada que no podemos obviar: la solidaridad que busca el bien de cada persona respetando su dignidad.