Van terminando los campamentos y salidas de verano con los jóvenes de nuestra diócesis: campamentos para niños jóvenes, nuestra salida a Covadonga y Liébana. Una oportunidad para palpar el amor de Dios, la comunión, la valentía de estos apóstoles de hoy. No tengáis miedo a las dificultades, a las barreras que día a día nos encontramos en nuestra vida para cumplir el misión de nuestra existencia: vivir desde el amor de Dios, y trasmitir el amor de Dios. Cuántas veces simplemente nos desanima la frialdad del mundo o de nuestras situaciones vitales. En este sentido es una joya escuchar a San Pablo, el Apóstol incansable, el apasionado amante de Jesucristo que le predica sin cesar, que se gasta y se consume y entrega su vida por llevar a Cristo a todas partes, que hace todos los kilómetros del mundo que se puedan hacer solo por prender con el fuego de la fe distintas comunidades, llegando así al mundo entero el Evangelio, de modo que probablemente por ello nosotros ahora somos cristianos. Pero él también encuentra resistencia. Son unas palabras son ciertamente enigmáticas para nosotros. Experimenta como “un aguijón” en el transcurso de su misión (2 Cor 12, 7b-10) . Pero da gracias a Dios por su debilidad: “presumo de mis debilidades.”
Pero ¿quién presume de sus debilidades?, más bien debería de ser todo lo contrario: ocultamos nuestras debilidades, huimos de nuestras dificultades. Presumo y doy gracias a Dios por las dificultades que encuentro, nos encontramos en el pensamiento de San Pablo, “porque cuando soy débil entonces soy fuerte.”: porque se hace presente el poder de Dios. No es por él, sino porque así se ve más claramente que es Dios quien actúa.
Se han especulado muchas interpretaciones sobre estas palabras de San Pablo: incluso se ha dicho que San Pablo podría referirse a una especial debilidad física, incluso a sus debilidades morales. Habla más bien de esa resistencia que tiene la predicación: aquella resistencia continua en los judíos, en las sinagogas, saliendo muchas veces maltrecho. Y San Pablo da gracias, presume de su debilidad, que es incapaz de resistir: le gustaría, por supuesto, no tenerla.
Esto es muy valioso para nosotros, porque el Señor nos sigue llamando, y quizás la dificultad más grande la podemos tener dentro de nosotros, no tanto en el seguimiento de Cristo, sino en nuestra pereza, nuestra apatía, o en nuestra costumbre, a la que nos hemos habituado, en una rutina que nos lleva a una cierta mediocridad. Pero quizás es posible que también nos desalienten las dificultades en la vida. Hablo por ejemplo de los padres en la educación de los hijos, o cuando tenéis que intervenir en la vida pública, en la educación, la política, la empresa. A veces defender un criterio cristiano parece fuera de lugar. Aprendamos a dar gracias al Señor entonces.
Que sepamos afrontar las dificultades con verdadera humildad, porque la vida cristiana, las grandes misiones de la historia, la vida de los santos, no se han hecho precisamente por el valor de la persona más cualificada, sino por la docilidad a la gracia de Dios, por un amor generoso y grande dispuesto a ser instrumento para que de nuestra debilidad florezca y se haga presente la gracia y el poder de Jesucristo.