Di9yiByW0AElQQDHoy celebramos la Fiesta de la Transfiguración. Como veis, nosotros, a pesar tener la cruz como signo que llevamos incluso encima, en nuestro cuello, nuestro Rosario, en el bolsillo, teniendo las claves de la vida cristiana y conociendo al Señor, nos sigue costando aceptar la cruz, nos rebelamos, no sabemos ser dóciles, hay algo dentro de nosotros que se resiste. La Cruz es la piedra de tropiezo donde se estrellan los hombres: ¿Cómo creer en este Dios que permite el sufrimiento? Jesús no ha querido dar respuestas filosóficas sobre el valor del sacrificio. Sencillamente siendo Dios, porque siendo Dios se puede entender el valor de nuestro sacrificio unido al suyo, Jesús acepta la Cruz para llegar a la Resurrección.

Desde ese momento es compañero de camino nuestro que va por delante de nosotros enseñándonos a vivir, a sufrir, a morir, pero sobre todo a resucitar. Nos enseña, como tantas veces repetirá San Pablo, la centralidad del conocimiento de Cristo, que es, más que teoría, relación e identificación con su pasión, muerte y resurrección para ser capaces de dar nosotros mismos la propia vida. Jesús sube con estos discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a la cumbre del monte Tabor y allí se manifiesta, se transfigura, se muestra con la gloria y el poder de Dios. Ellos, también el evangelista, no saben cómo explicarlo del todo: resplandecían sus vestiduras, irradiaba la luz de la divinidad. Se presentan componentes propios de las teofanías de Dios, de su manifestación y cercanía con los hombres. Estamos frente a un fenómeno enormemente sobrenatural y excepcional: el cielo resplandece, Moisés y Elías, la ley y los profetas junto a Jesús, las palabras del Padre (Cf. Mt 9, 2-10).

Dios con un amor infinito ha entregado a su Hijo, y lo ha entregado definitivamente a la muerte por nosotros. El sacrificio tiene un sentido que a nosotros nos cuesta entender, pero Dios lo comprende y entra en la propia dinámica de la vida humana, donde para ganar tenemos que perder, y para vivir tenemos que morir. Entregando a su Hijo, nos da la clave, no solo de este amor infinito de Dios que lo da todo por nosotros, sino de su propio Hijo que dando la vida nos ofrece la salvación.

Cuando Cristo, que ha comenzado ya su camino a Jerusalén, que ha escuchado a Pedro rebelarse contra esta subida a la ciudad santa porque intuye y quiere evitar el dolor, la cruz, continúa en el camino, y en este momento se muestra glorioso. Se manifiesta en esta gloria que pertenece al Hijo para poder darnos a entender que por la cruz se llega a la resurrección y a la vida.

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