
Cuando vuelven los apóstoles de las aldeas cercanas a donde han sido enviados a la misión se encuentran con que Jesús les recibe. Ellos vienen cansados y contentos por su trabajo, y quieren comunicarse y describir sus logros. Jesús, que les ve fatigados, les invita a apartarse a descansar: “venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco” (Mc 6, 30s). Efectivamente esto no es una anotación circunstancial del evangelista. No se trata de un descanso apático liberándose de todo esfuerzo. Jesús se retira, y retira a los apóstoles con Él, del mismo modo que Él se retira largos momentos por la noche, pasa largos ratos de oración. Porque su descanso está en esa comunión de amor con Dios donde se comparte todo. Él invita a hacer lo mismo a los apóstoles porque van a ser y son ya enviados por el Señor como predicadores, partícipes de su misión, invitados, como lo estamos todos los cristianos, a vivir en esa comunicación que es una comunión de amor íntima, familiar con Dios, que es lo que nos hace más profundamente y esencialmente cristianos. Vivamos un verano lleno de momentos de relación con el Señor.
Nos somos cristianos porque tengamos una moral que vivir, que se deriva de la doctrina del Señor, de cómo ha vivido Él, de cómo deben ser y vivir los hombres. Esto estructura una vida recta, pero forma parte y se desprende de este fundamento: la nueva relación íntima con Dios que ha abierto Cristo para los hombres, una profunda comunión con Dios que comienza en esta vida pero que culminará de modo perfecto en la vida eterna, donde entramos en el descanso de Dios, la plenitud de la paz del corazón y la alegría del amor.