
Celebrábamos ayer Domingo 24 de junio la Natividad de San Juan Bautista. Tuve la oportunidad de compartirlo con los peregrinos del Arciprestazgo de San Fernando que venían a ganar el Jubileo. Al dar gracias a Dios por el Bautista, precursor que abre camino a la alegría del mundo, parece como si el mismo santo nos diera un pase para vernos protagonistas de esta misión. También hemos sido elegidos desde toda la eternidad. No somos producto del azar, sino que hemos sido amados eternamente y llamados por nuestro nombre a la existencia y a la vida cristiana. Y por tanto a una vocación y una misión que tenemos que asumir si queremos ser fieles a la gracia bautismal recibida. Eso es exactamente el Año Jubilar, la peregrinación a la Catedral: renovar la gracia del bautismo por la gracia del Jubileo, para poder responder mejor a la llamada del Señor. El Santo Padre nos lo dice en la exhortación sobre la santidad. Debemos asumir nuestra vocación para ser santos preocupándonos realmente de serlo, no teniéndola como meta inalcanzable, sin hacer nada, como si no fuera para nosotros. ¡Claro que se puede ser santo en medio del mundo, en la familia, en las diversas ocupaciones, relaciones, en el trabajo! ¡Cumpliendo tu misión!: vivir la caridad, con los necesitados, con todos, mostrando la verdad de Dios, que es la verdad del hombre, la defensa de la persona y de su dignidad, por encima de las ideologías y de un mundo que quiere vivir como si Dios no existiera.
Y ese testimonio tú y yo debemos darlo hoy como el Bautista, con sobriedad, valentía y también humildad: él reconoce que no es el que ha de venir sino el precursor; no quiere gloria ni alabanzas, sino que señala a Cristo; quiere ser un portavoz, un vocero tan potente como Dios quiera. ¿Qué pasaría si en nuestra sociedad se oyese la voz de Dios porque cada uno de nosotros sea un verdadero altavoz por la palabra y la coherencia de los hechos? Es cierto que somos pecadores, y que tenemos que pedir perdón diariamente por muchas cosas, pero por nuestra debilidad, no porque seamos corruptos o nos abandonemos en el mal. ¡Estemos dispuestos! No tenemos que decir a nadie que nos siga a nosotros por ser buenos, sino que sigan a Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, el que trae la alegría, recompone y sana el corazón del hombre, herido y roto por tantas miserias, desafecciones. ¡Ese es el Señor! Y nosotros estamos a su servicio.
Dice el profeta Isaías: “te hago luz de las naciones”. Jesús nos dice: “vosotros sois la luz del mundo”, la “sal de la tierra”. Si la luz se esconde, quien iluminará, y si la sal se vuelve sosa, para qué servirá, será pisoteada por la gente porque ninguna falta hará. No tenemos ningún derecho a prescindir de nuestra misión, porque el mundo la necesita, porque nada más hay que mirar a nuestro alrededor para saber que el hombre necesita de Dios siempre.
Renovemos hoy nuestra fe y demos gracias a Dios por la alegría de su venida, por la fe, por el testimonio de sus santos, pidámosle que nos haga testigos valientes, profetas comprometidos de Su verdad, dispuestos a anunciarle, a vivirle y a dar la vida por Él.