Ayer Domingo 27, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, centro de nuestra fe, hemos celebrado la Jornada de oración por las personas consagradas a orar, el día Pro Orantibus. El Dios cristiano es uno y trino porque es comunión de amor. Es un buen momento para manifestar nuestro agradecimiento a los innumerables hombres y mujeres que esparcidos por la geografía española mantienen vivo el ideal religioso de la vida contemplativa. ¿Quién no queda sobrecogido al visitar un monasterio de clausura, o al participar en su liturgia, o al conocer la austeridad de su vida recogida? El lema de este año es la frase de Santa Teresa: “Solo quiero que le miréis a Él“.
“La vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad: en la vida contemplativa esta historia se despliega, día tras día, a través de la apasionada búsqueda del rostro de Dios, en la relación íntima con él. A Cristo Señor, que «nos amó primero» (1 Jn 4, 19) y «se entregó por nosotros» (Ef 5, 2)” (VDQ, 9). En realidad la búsqueda de Dios pertenece a la historia del hombre.
«La persona consagrada es testimonio de compromiso gozoso, al tiempo que laborioso, de la búsqueda asidua de la voluntad divina» (SAO, n. 1) y de los medios para conocerla y para vivirla con perseverancia. Más aún, «para cada consagrado y consagrada el gran desafío consiste en la capacidad de seguir buscando a Dios con los ojos de la fe en un mundo que ignora su presencia» (VDQ, n. 2). El apartarse del mundo les permite descubrir con mejor perspectiva la presencia de Dios en el corazón del mundo y, al mismo tiempo, sus comunidades son luz en el candelero y ciudad en lo alto de la montaña (cf. Mt 5, 14-15) que indica el camino que debiera recorrer la humanidad.
De modo especial, la vida contemplativa es la forma de consagración privilegiada por la que tantos hombres y mujeres, dejando la vida según el mundo, buscan a Dios y se dedican a Él, no anteponiendo nada al amor de Cristo (cf. VC, n. 6). «Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu» (VC, n. 6). La persona contemplativa comprende la importancia de las cosas, pero estas no roban su corazón ni bloquean su mente, por el contrario son una escalera para llegar a Dios: para ella todo «lleva significación» del Altísimo. Quien se sumerge en el misterio de la contemplación ve con ojos espirituales: esto le permite contemplar el mundo y las personas con la mirada de Dios, allí donde por el contrario, los demás «tienen ojos y no ven» (Sal 115, 5; 135, 16; cf. Jer 5, 21), porque miran con los ojos de la carne. (cf. VDQ, 10).
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