La búsqueda de Dios pertenece a la historia del hombre. La búsqueda de lo divino, incluso muchas veces de modo inconsciente (cf. SAO, n. 1), forma parte del aspecto religioso del ser humano. «Tu rostro buscaré» (Sal 26, 8) cantaba el salmista del Antiguo Testamento. Y Jesucristo provocaba esta búsqueda entre sus seguidores: ¿qué buscáis? (Jn 1, 38). «Nadie podrá quitar nunca del corazón de la persona humana la búsqueda de Aquel de quien la Biblia dice “Él lo es todo” (Si 43, 27) como tampoco la de los caminos para alcanzarlo» (SAO, n. 1). La búsqueda de Dios no es pura curiosidad, ni simple ansia de saber o capricho humano. El hombre busca agradar a Dios pues reconoce que la divina voluntad es «una voluntad amiga, benévola, que quiere nuestra realización, que desea sobre todo la libre respuesta de amor al amor suyo, para convertirnos en instrumentos del amor divino» (SAO, n. 4).
Testimonio coherente y claro, signo de esta búsqueda natural de Dios, necesidad que late en el corazón del hombre y que lo llena como nada ni nadie lo puede hacer, son los testimonios de vida consagrada y contemplativa, felices por no anteponer nada al amor de Cristo. Esto, si Cristo no estuviese, sin la presencia de Dios no se manifestara, sería un imposible. En España, según datos de diciembre de 2017, hay 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos y religiosas (340 masculinos y 8.855 femeninas). Según los datos que se están recopilando, en los monasterios españoles hay aproximadamente 150 postulantes; 250 novicias y 450 profesas temporales. Oremos por todos ellos y que ellos con su ejemplo y oración estimulen nuestra fe para que, en medio de los afanes del mundo, también nosotros busquemos por encima de todo a Dios, lo único necesario.