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Ayer celebrábamos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Asistimos continuamente hoy al fenómeno de las noticias falsas, las llamadas «fake news». El Santo Padre ha escrito un Mensaje donde hace un llamamiento a promover un periodismo de paz, a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se comprenda como servicio a todos, especialmente a aquellos que no tienen voz –que son la mayoría en el mundo–; un periodismo que no queme las noticias, sino que se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos para favorecer la comprensión de sus raíces y superarlos a través de procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del sensacionalismo y de la violencia verbal.

«Fake news» es un término que alude a la desinformación difundida online o en los medios de comunicación y se refiere, por tanto, a informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar, manipular o calumniar, suscitando ansia, el desprecio, la rabia y la frustración. El drama de la desinformación es el desacreditar al otro, el presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización provocadora de los conflictos que se difunden de modo veloz e incontrolable. Está claro que esto no se hace por la lógica de compartir que caracteriza a las redes sociales, sino más bien por intereses indignos y por la codicia insaciable del sensacionalismo. La contaminación a través del engaño termina por enfrentar a las personas y ofuscar su juicio. ¿Cómo defenderse en esta guerra sucia? El antídoto más eficaz contra el virus de la falsedad es dejarse purificar por la verdad. La moral nos obliga a obrar bien. La visión cristiana la verdad no es sólo una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las cosas, definiéndolas como verdaderas o falsas. La verdad no es tan solo sacar a la luz lo oculto, ni, menos aún, sacar los “trapos sucios”.  Dice Jesús: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6). La verdad tiene que ver con la vida entera y el hombre, por tanto, descubre y la verdad cuando la experimenta en sí mismo como fidelidad de quien lo ama, de quien se fia. «La verdad os hará libres» (Jn 8,32). Es necesario, pues, educar en la verdad, que significa educar para discernir. Hemos de valorar por ello los deseos y las inclinaciones que se mueven dentro de nosotros, para no caer en cada tentación y enturbiar la verdad con nuestras pasiones o intereses.

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