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El papa Francisco acaba de regalarnos una nueva exhortación sobre la santidad. Se titula «Gaudete et exsultate». Estas palabras pertenecen al evangelio (Mt 5,12) pero son también una invitación, casi un mandato, a que la alegría sea un signo de la llamada a la santidad. La alegría, e incluso el sentido del humor, son signos que acompañan a los caminantes de la ruta de la santidad cristiana.

«Mi humilde objetivo –escribe el Pontífice– es hacer resonar una vez más la llamada a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor». «Dios nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada». El cristiano corriente encontrará en esta exhortación apostólica que los caminos de la santidad no pasan lejos de las situaciones más normales de la existencia.

Todo el documento está dirigido en primera persona al lector. Incluso lanza una serie de preguntas para implicarle directamente. «¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia» o «¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales», son algunas de ellas.

«Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día». No es necesario ser obispos, sacerdotes o religiosos, ni quedarse con la idea —que a veces nos parece irrealizable—, de pensar en los santos «ya beatificados o canonizados». Hemos de pensar en una santidad «de la puerta de al lado», «la clase media de la santidad»—dice el—, como la de aquellos que viven a nuestro alrededor y son un reflejo de la presencia de Dios.

Como las anteriores cartas del Papa, también esta, relativamente breve, contiene numerosas propuestas concretas para vivir «una vida diferente, más sana y más feliz»: desde no reducir el catolicismo a respetar una serie de normas éticas, o cultivar el sentido del humor, hasta no dejarse jugar «una mala pasada por el consumismo que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo». La santidad que traza Francisco a lo largo del texto es optimista y cambia la vida de las personas, pero se presenta a la mano de cualquiera porque se construye a través de lo que llama «pequeños gestos», desde no ser agresivos en Internet, hasta escuchar con paciencia a los hijos, no dar importancia a los defectos de los demás, o tratar con delicadeza a los pobres.

La santidad, nos dice también el Papa, se enfrenta a varios enemigos en el mundo actual: el gnosticismo, que posee «una superficialidad vanidosa», y el pelagianismo. Dos actitudes que en lugar de evangelizar lo que hacen es «analizar y clasificar a los demás». «Dos sutiles enemigos» que, advierte el Papa, se encuentran también dentro de la Iglesia. Tenemos el peligro de “ideologizar” la santidad por una parte, o, por otra, de transformar el cristianismo «en una especie de ONG», y no faltan quienes consideran el compromiso social de los demás como algo «superficial».

Es evidente que las bienaventuranzas evangélicas son la carta de identidad del cristiano, las reglas de comportamiento por las que entramos en la defensa de la vida, así como la defensa de los excluidos, de las periferias del mundo. La defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada», pero también es sagrada «la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las formas de esclavitud y en toda forma de descarte». Y ¡como no!, vivir en la verdad, siendo verdaderos y coherentes en esta sociedad de las apariencias y la corrupción, pero se ha de superar el “atontamiento” de la superficialidad de los medios de comunicación y las redes sociales, sin caer nunca en la difamación y la calumnia, respetando la fama con caridad, ni cómplices con la violencia verbal a través de Internet. Francisco advierte de que el camino a la santidad es «una lucha constante contra el diablo», que nos puede llevar a «la corrupción espiritual”, pues «la vida cristiana es un combate permanente».

Os animo a meditar la Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate, para renovar el propósito de ser santos, pues Dios nos lo está pidiendo. En ello nos jugamos vivir con gozo en esta vida y abrazar la vida eterna.

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