Desde muy temprano peregrinamos a Fátima con el firme propósito de poner nuestra vida en sus manos, correspondiendo a los deseos de la Virgen aquí.¿ Qué podemos nosotros ofrecer?, ¿qué podemos pedir? Nosotros pediremos, mucho, porque Dios quiere escucharnos y nos regala a su madre, para que pongamos nuestras dificultades en sus manos. Una buena madre como María nos pone rápidamente en camino, con valentía, y nos saca de la comodidad y la desconfianza: «haced lo que Él os diga». Que podamos decirle a Nuestra Señora de Fátima: «Cuenta conmigo, quiero consagrarme a ti»; que quiere decir: «Voy a intentar hacer la voluntad de Dios, voy a intentar ser un artífice del bien, voy a intentar transmitir compasión, misericordia en el mundo, voy a ser cristiano, dejar que la luz de Cristo, la luz de Dios, la luz del Evangelio abunde en mi corazón y que yo pueda ser para los demás también un testigo de la misericordia y del bien de Dios». Y con todas esas cosas, ofrecerle, con nuestra pequeñez y con nuestra debilidad, lo que somos y lo que tenemos.
En esta apertura y en confianza, nos hacemos también portadores y portavoces de toda nuestra Diócesis, y tenemos que pedir por todos. El Papa Pío XII hizo la consagración del mundo; el Papa Juan Pablo II la repitió en el Jubileo del año 2000 en Roma con todos los obispos del mundo, allí en la Plaza de San Pedro. Los países han venido a poner su suerte, su vida, sus familias, sus casas bajo la protección de la Virgen, como un acto de entrega y de petición, al mismo tiempo, de entrega y de súplica. ¿Por qué no vamos a poner nosotros nuestra Diócesis en sus manos, y decirle que ayude a todos los necesitados, y a todos los parados, y a todos los que sufren, y a todas las familias que tienen necesidades, y a todas las familias rotas, y a los niños desvalidos, y a los jóvenes perdidos, y a tantos y tantos que estarían deseando recibir un regalito de Dios que sea para su vida una transformación, una novedad, un cambio? Rezad también por todos los peregrinos: que este sea un momento de gracia para nuestra Iglesia Diocesana en la comunión de los santos.
Las apariciones de la Virgen en Fátima a los tres niños pastorcitos, que tuvieron lugar entre 1916 y 1917, fueron preparadas por tres apariciones de un Ángel que dispuso a los niños para recibir a la Virgen más tarde. Los tres niños portugueses que habían sido testigos de las apariciones de la Virgen, quien les reveló los llamados tres secretos de Fátima, que divulgó Lucía, quien falleció en 2005. El primer secreto era la muerte prematura de dos de los niños, y el segundo versaba sobre el final de la Primera Guerra Mundial, el inicio de la Segunda y el fin del comunismo. La tercera parte, la que más especulaciones desató, se conoció el 26 de junio de 2000, tras el viaje de Juan Pablo II a Fátima el 13 de mayo de 2000, para beatificar a Jacinta y Francisco. Se predecía el asesinato de un «obispo vestido de blanco» mientras atravesaba una gran ciudad, en lo que la Iglesia considera una profecía del atentado sufrido por Juan Pablo II en 1981, cuando fue tiroteado por el terrorista turco Ali Agca.
A partir del 13 de mayo la Virgen se les apareció seis veces. Su mensaje, comprensible y sencillo, pide nuestra colaboración para la conversión de los pecadores a través de la oración y penitencia. Pertenece, pues, al núcleo propio más íntimo del evangelio y de la predicación de Jesús, que ha hecho suyo la Iglesia de todos los tiempos, y se convierte en clave esencial para encaminar la Iglesia y la historia.