1_IArtpVcNu2WQxW4ITRHKCQEl Mensaje del Santo Padre al comienzo de esta Cuaresma nos advierte de los falsos profetas que apagan el amor de Dios en nosotros. Esto provoca comunidades envenenadas por el egoísmo, el pesimismo, la crítica y la tentación de aislarse.  El tiempo de Cuaresma  se convierte en una oportunidad propicia para contrarrestar este enfriamiento de la caridad con el remedio de la oración, la limosna y el ayuno, para que nuestro corazón vuelva a arder de fe, esperanza y caridad, a la luz de la Palabra de Dios, fuerza viva que nos permite vivir la dimensión del encuentro en la familia humana. Que, como dice Francisco, caliente los corazones fríos con el fuego pascual de la caridad. Dicho de otro modo: que resurja de nuestras cenizas.

La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros

La Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. La limosna representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. No somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por él.

La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza. La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la cruz consuma el sacrificio de su vida por toda la humanidad. Que María, Madre y Esclava fiel del Señor, ayude a los creyentes a proseguir la “batalla espiritual” de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna.

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