Los cristianos hemos comenzado la cuaresma. Os he escrito una carta pastoral para profundizar en ello y vivirla mejor. Ya hemos celebrado el miércoles de ceniza, con la imposición tradicional de la ceniza. Este signo quiere expresar el reconocimiento de nuestra condición humana, tan limitada y corruptible.
La ceniza habla de caducidad, de lo perecedero. La ceniza es también signo de la posibilidad de resurgir. En el fuego quedan siempre en el rescoldo las cenizas. La ceniza simboliza el árbol quemado y calcinado. Fue precisamente en un árbol -el árbol de la cruz- donde Jesucristo fue crucificado. Evoca la cruz y anticipa también la Pascua. El árbol de la cruz es el árbol de la vida. La ceniza nos llama asimismo a la humildad, a la austeridad. Nos alerta sobre el orgullo y la autosuficiencia. ¡Qué más pobre e insignificante que la ceniza! La ceniza nos interpela a poner el fundamento de nuestra existencia en Jesucristo, Hoja y Árbol perennes. Sólo El nos puede liberar de la destrucción, de la corrupción y de la muerte. Cristo es la verdadera y única medicina de inmortalidad y eternidad. La ceniza es, por tanto, símbolo de conversión. Por eso, al imponer la ceniza, la fórmula más usada es la que dice: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.
De este modo podemos afirmar que la ceniza que Dios quiere, que la ceniza cristiana es que no te gloríes de ti mismo: tus talentos los recibiste para servir; que no te consideres dueño de nada: eres sólo un humilde administrador; que aprecies el valor de las cosas sencillas y humildes, de los pequeños gestos cotidianos; que vivas el momento presente en compromiso y esperanza, vislumbrando en el quehacer de cada día el rostro de la eternidad; que no temas desesperadamente al sufrimiento, al dolor, a la destrucción, a la muerte. La ceniza surge de un árbol y para los cristianos ese árbol no es otro que el árbol de la cruz de Jesucristo, el árbol de la Vida para siempre