
Todo apostolado y toda misión está precedida y acompañada por la oración, la suplica, y sostenida en la acción de gracias. Porque si nosotros tenemos que anunciar a Cristo, solo el Espíritu Santo abre los corazones. El Espíritu Santo quiere nuestra colaboración a la que nos une en la oración del mismo Jesucristo que es siempre escuchada, y nos pide una y otra vez fortalecer nuestra unidad, aunándonos en los sentimientos de Cristo y en su propia oración. Y sostener la vida de la Iglesia al mismo tiempo que el Espíritu nos sostiene a nosotros mismos es la obra de la intercesión, tan importante para todos los bienes, especialmente, el del anuncio del Evangelio. Así, la Iglesia es y somos la comunión de los santos.