Los misterios de Cristo en general, y a las puertas del Adviento rememoramos la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios, no sólo son acontecimientos del pasado que no nos influyen en el presente. La gracia salvífica se desprende de ellos, sobre todo en las celebraciones litúrgicas que nos propone la Iglesia. Nuestra determinación a participar intensamente en el misterio compartido y celebrado haga que este Adviento no pase de largo, como uno más en nuestra vida, o como algo que toca.
Dejémonos imbuir y enseñemos al mundo la virtud de la esperanza, pues es la virtud que sostiene el alma y consuela al ser humano. No se trata de un fenómeno ilusorio o psicológico: empuja y nos alienta, porque es como quien ve la meta y ya no se preocupa de si está cansado o no, de si las piernas le duelen o no, ni de la distancia que queda. Sabe hacia dónde se dirige, tiene una meta presente y corre hacia ella. Esta esperanza nos la da Cristo Jesús, que en la pobreza del pesebre y de nuestro corazón nos da la vida eterna. Él nos sostiene en la ardua tarea de la santidad. Los cristianos del centro Europa inventaron para expresarlo la corona de Adviento, ya corriente entre nosotros; una corona con cuatro velas que se van encendiendo, una a una, cada uno de los cuatro domingos de Adviento. Es muy recomendable también el calendario de Adviento, que día a día nos marca un propósito y nos ayuda a avanzar, que tampoco están mal, sobre todo si está cargado de chocolatinas para los pequeños.
Deseo que los materiales que os dejamos sirvan para abrir la puerta de para en par a Aquel que nos ama y siempre nos espera.