DE MI HOMILÍA EN LA CORONACIÓN CANÓNICA DE MARÍA AUXILIADORA EN ALGECIRAS, A 1 DE JULIO DE 2017
La única medicina para el desconcierto, el desasosiego, el desánimo o el desencanto que muchas veces hiere y llena de miseria al corazón humano es Jesucristo. Cristo Jesús es la esperanza de toda persona porque da la vida eterna, en Él está la plena felicidad y se colma toda esperanza. Él es la palabra de vida venida al mundo para que los hombres tengamos vida en abundancia. Jesucristo, el Hijo de María, nos ha traído todo el infinito amor de Dios, que “hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados” (Sal 145). Jesús, nacido de María, nos ha hecho posible acceder a ese amor tan inmenso de Dios que no pasa de largo del hombre caído, robado, malherido y maltrecho, tirado en la cuneta, a la vera del camino por donde tantos pasan y no se paran ante la miseria y las heridas; Jesús, a quien gestó en su seno su Madre, María, nos ha hecho ver, tocar y palpar ese amor en su persona misma que ha venido a traer la buena noticia a los que sufren, que anuncia, como signo suyo, su Evangelio de misericordia a los pobres y desvalidos.
En Jesucristo, vemos y palpamos a Dios, amor infinito e incondicional por el hombre y por la vida del hombre. Dios, el Misterio que da consistencia a todas las cosas, se nos ha revelado en Jesucristo, nacido de María siempre virgen, y entregado, como amor infinito e incondicional por el hombre y por la vida del hombre, se nos ha revelado como amigo y cercano a los hombres, compartiendo sus pobrezas y sanando sus heridas. ¡Dios ama a los hombres, nos ama a cada uno de nosotros, tal y como somos, con todo el peso de pecado y miseria que llevamos dentro de nuestro corazón!
En Él tenemos la verdad y la grandeza del hombre, lo que vale el hombre, la grandeza de la vocación y esperanza a la que somos llamados. Por el don que se nos ha hecho al darnos a conocer a Jesucristo, gracias a María, su Madre y nuestra Madre, podemos ser conscientes de que toda persona es un sagrario vivo e inviolable, un portador de Cristo, que se identifica singularmente con los pobres, los que padecen hambre o sed, los que no tienen techo bajo el que vivir, los desahuciados, los que carecen de vestido, están enfermos, son extranjeros o inmigrantes, están privados de libertad, viven en las esclavitudes antiguas o nuevas, están amenazados en sus vidas o son privados de ella vilmente con la persecución o el exilio, mueren perseguidos por su fe o en las pateras que surcan el mar buscando una situación mejor para sí mismos o sus familias.