Conmemorando con los sacerdotes de la diócesis el Día de San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, Patrón del Clero Español. Es verdad que San Juan de Ávila ha sido fundador de una escuela sacerdotal –una escuela que pasando el tiempo ha sido una escuela de espiritualidad que llega hasta nuestros días–, pero es verdad que él mismo buscó, no tanto ser maestro, hacer escuela de una espiritualidad, sino que quien tenga que aprender, aprenda. Y cuando él vio un clero tan deficiente que provocó, seguramente, la reforma de Trento y antes el cisma protestante, pensó en que aquel sacerdocio necesitaba ser vivido, enseñado, y compartido.
Y por eso, sus primeras escuelas, sus primeros alumnos en Baeza, en Granada, en Montilla, donde iba educando sacerdotalmente y compartiendo sólo una cosa. Cuando la gente hablaba de las dignidades, que eran más bien prebendas a la hora de vivir el sacerdocio, él hablaba de la dignidad sacerdotal, que es un ejercicio de humildad, no un ejercicio de ostentación, ni un ejercicio de ponerse por encima de la gente, ni de mandar; dicho mal, era recibir el peso de esa investidura, ese estar revestido de Cristo y de ser llevado por Él, para entregar hasta lo más profundo de la vida. En el fondo, el amor a Cristo, el estar enamorado de Cristo. La ciencia del amor es el resumen de su vida: el amor, descubrir que Dios es amor. Sí, pero el amor de Cristo, que a mí me ha tocado, es el que a mí me ha llamado, me ha configurado con Él para ser otro Cristo, para vivir in persona Christi.