Celebrábamos ayer el Día de San José obrero, el Día del Trabajo, y ya entrada la Pascua, comenzamos el mes de la Virgen María. Todo nos lleva a sumergirnos en un trabajo orante y esperanzado por nuestro mundo. El paisaje interior del hombre de hoy, castigado por la crisis antropológica y moral, abatido por la deshumanización que arrastra a la exclusión social y al desempleo, anhela también la primavera del Espíritu y la esperanza. Su grito llega a nosotros. ¿Dónde está vuestra fe?, titulaba su ensayo un teólogo del posconcilio, queriendo despertar la fe dormida de tantos creyentes y un mayor compromiso.
El encuentro con el Resucitado, librándonos de la incredulidad, nos envía con su paz al mundo doliente para regalarle calor y luz. Con María, que recoge en este mes nuestras flores, deberíamos ofrecerle el gozo del Evangelio, los frutos de un nuevo Pentecostés que pone en juego la caridad social y nos propone trabajar por un mundo renovado donde aparezca en cada rostro la semejanza del Redentor. La solidaridad con los necesitados y nuestro compromiso por la justicia, la generosidad de la vida entregada y el empeño por una sociedad mejor, como define la Doctrina Social de la Iglesia, pregonan a todos que Dios Encarnado permanece con nosotros. Es preciso que nos comprometamos en la edificación de una nueva tierra y fortalecer nuestra identidad cristiana en el servicio a los hermanos. María lleva en su canto la esperanza de toda la humanidad: “Dios enaltece a los humildes”.
Os dejo en estos enlaces, por si no lo habéis recibido, mis últimas Cartas Pastorales en esta Pascua. La Carta de Pascua y la Carta por el Centenario de las Apariciones de Fátima. Que la Virgen nos siga acompañando en esta Pascua, para que sea esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo.