«¡Resucitó de veras mi Amor y mi Esperanza!» Así rezamos en la secuencia Pascual. Nada de nuestra vida queda fuera de la salvación de Cristo. Cantamos la noche de Pascua con el Pregón:
«Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?»
Del abismo de nuestra vida surge victoriosa la luz de Cristo resucitado ¡Que nada ni nadie nos arrebate la Esperanza! Esta Esperanza no es un sentimiento etéreo, tiene rostro, es Jesús en persona, es su fuerza de liberar y volver a hacer nueva cada vida. El Evangelio es alegría porque es Jesús mismo quien llena el corazón de quienes se dejan amar por El. Su misericordia eleva, su amplitud nos saca del individualismo, su mirada es luz de verdad, fuerza contra la injusticia; un señorío sin mundanidad que nos llama a ser protagonistas de la historia sin narcisismo. Porque El vive, ningún esfuerzo se pierde, y no cabe el desaliento. Porque ha acogido en sí todo lo humano, cargándolo sobre sus hombros, y en la Cruz lo ha abrazado, nos abraza, victorioso en lo que puede ser también nuestra victoria, viviendo con Él su vida Resucitada. Dejémonos abrazar por Él en todo.