Nuestra sociedad de hoy, nos lo repite todos los días el Papa Francisco, organiza un mundo terriblemente injusto donde se prioriza la ganancia, el enriquecimiento, el provecho egoísta de las cosas, y donde las personas dejan de tener el valor que Dios les da. Entonces se entiende que uno pueda dominar a los demás o utilizarlos a su servicio, hacer caso omiso de su dolor. Se entiende la mayoría de esa política que llama el Papa del descarte de las personas que no son útiles para nuestros fines, creando terribles injusticias. El cuerpo sin vida de un niño en la playa de Barbate este viernes es un signo grave de que algo no va bien.
Alguien decía que “quien se casa con la moda enseguida queda viudo”. Así sucede con las ideologías. Habrá algunas mejores que sirvan para ciertas cosas, para vivir la economía, el trabajo, un sentido de la vida. Pero solamente Dios es el Absoluto. Cuando ponemos nuestra vida en sus manos aprendemos a vivir, aprendemos a amar, y nos hacemos conscientes de lo que es importante. Vivimos en un mundo que al parecer es poco consciente de lo que es importante.
La inmigración es un problema global que nos ha de preocupar muy en serio. También a nivel eclesial. Es necesario que el testimonio de vida cristiana, de un corazón universal como el que el Señor nos enseña y nos ayuda a tener con su propio amor, sea capaz de acoger a todos, de ser Iglesia con entrañas de madre, que ama, que solventa los problemas, que se ofrece por encima de los propios intereses, para acoger a todo el mundo, para ayudarles, para servirles, para integrarles, y que nadie se pueda sentir extraño ni por su naturalidad, ni por su lengua, ni por su cultura, ni por nada, porque ante todo somos hijos de Dios.