Celebrábamos ayer en la Catedral y vuestras parroquias la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, y la víspera, día 7 de diciembre, en San Fernando, la Vigilia con los jóvenes, en un ambiente de oración, reflexión y testimonio. El tiempo de Adviento nos lleva, en esta Segunda Semana, a dejarnos acompañar por María, la Virgen Madre de Dios. Es la experta en esperanza, la protagonista humana de la primera venida del Señor y la glorificada con El en el cielo. La fiesta de la Inmaculada Concepción de María -la concebida sin pecado original-, nos recuerda el triunfo de la gracia sobre el pecado, la victoria de Dios sobre el mal, pero también que, en las batallas del mundo, no se nos permite claudicar ni compadrear con el pecado, sino decirle un «no» rotundo que siginifica, como ella y con su ayuda maternal, un sí confiado a Dios y a la obra del Espíritu Santo en nosotros. La iglesia se identifica con el “hágase” de María para que vivamos como ella las virtudes de la vigilancia, la alegría, el deseo de Dios, la humildad y el silencio. Ella nos prepara para acoger al Señor ahora y cada día, si queremos ser acogidos por El en su última venida. En Ella, “toda hermosa” y pura, se mira la Iglesia, sin mancha ni arruga (cf. Pablo VI, Marialis Cultus 3).