El Papa Francisco nos invita en este Adviento a mirar la realidad con ojos diferentes y a vivir “con sobriedad, para que en vez de que nos dominen las cosas de este mundo, las realidades materiales, las podamos gobernar”.
Eso de “esperar” a algunos les suena aburrido. Pero todos sabemos que cuando viene alguien querido que nos traerá algo fabuloso estamos inquietos y activos. Es evidente que aguardamos a Cristo, el mejor amigo, que no quiere sino abrir nuestro horizonte a una dimensión mayor, que por una parte relativiza las cosas de cada día, pero que al mismo tiempo las hace preciosas y decisivas. Hay que aprender en este tiempo de esperanza a ponernos en camino, y a no depender de nuestras seguridades y de nuestros esquemas más consolidados, puesto que sólo de Dios viene nuestra salvación, tan necesaria y deseada, aunque sólo sea por los desesperados de la vida que encontramos alrededor.
Pues bien, una vez concluido el Jubileo de la Misericordia el Papa insiste en no cerrar el caudal del amor que brota de Cristo. Nos pide, por tanto, seguir practicando las obras de misericordia espirituales y corporales. Así mismo, frecuentar el sacramento de la penitencia, donde somos renovados en el perdón de Dios, que siempre nos hace mejores, nos purifica y eleva. En este sentido hay que comprender el permiso dado por el Pontífice para que los sacerdotes puedan absolver el pecado del aborto, extendiendo así el privilegio que él mismo había concedido con motivo del Año Santo. Francisco ha considerado oportuno insistir en favorecer el acceso a la absolución de este pecado, porque le ha parecido que es suficientemente clara la oposición frontal que la Iglesia hace del mismo. Según la acreditada revista médica «The Lancet», cada año se practican en el mundo cincuenta y seis millones de abortos, una cifra que no cesa de aumentar y que equivale al balance total de víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Cada año: una catástrofe. Se dice pronto. Para la moral cristiana el aborto es un crimen especialmente repugnante porque mata a seres inocentes que no tienen, además, la mínima posibilidad de defenderse y de sobrevivir. Por eso es un pecado que lleva consigo la pena de excomunión y cuya absolución, hasta ahora, estaba reservada al obispo o a los sacerdotes a los que este transmitiese esa facultad.
El Papa Francisco, que ya había extendido a todos los sacerdotes durante el Año Santo de la Misericordia la facultad de perdonar el aborto, ha decidido ahora prolongarla indefinidamente. Todos los sacerdotes, pues, pueden absolver a las personas que hayan participado en la realización de un aborto: mujeres, médicos, enfermeros. “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente”, dice el Papa, para añadir a continuación que ningún pecado escapa a la misericordia de Dios si el pecador está arrepentido. Por ese motivo, para facilitar que la misericordia divina llegue al penitente, el pecado del aborto ya no estará reservado al obispo, como hasta ahora. Ampliando la facultad de perdonar el aborto el Papa quiere ayudar a las mujeres para que eviten pasar por ese trance, añadido al trauma de su pecado, y reflexionen sobre la gravedad de una opción que, en ningún caso, puede ser reivindicado como un derecho o como un hecho normal.
Así se comprende mejor que ser cristiano no consiste en vivir “tradiciones” cristianas (por decirlo de algún modo), sino, sencillamente, ser de Cristo, cristianos, pertenecerle como criaturas nuevas, dispuestos a renovar la vida de las personas con su fuerza y su luz, con su presencia. Adviento nos adentra en un tiempo nuevo, configurado por Dios hecho hombre, que nos renueva enteramente.