
«Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.» Puede resultar curioso como la Liturgia de Adviento, que iniciábamos el domingo con este evangelio, nos pone de frente con la Venida de Cristo en Gloria, con Cristo ya Glorioso. Esto nos desconcierta un poco porque pensamos en comenzar estos preparativos con la mirada puesta en Belén, en Jesús que nace, en el Hijo de Dios hecho hombre. Nos encontramos, sin embargo, no con el comienzo de la vida humana del Hijo de Dios, sino con el final glorioso. Hoy el Evangelio nos hace mirar a Cristo que viene en gloria y majestad en el cielo al fin del mundo para juzgar a los vivos a los muertos. Nos hace cambiar el paso para comenzar el Adviento como Dios quiere. Como en los monumentos reales de la antigüedad, donde a los emperadores se les presentaba triunfantes después de una batalla, y a continuación se contaban sus vidas desde el nacimiento en los bajo relieves.
Con el Adviento nos sucede igual. Vamos a esperar a Jesús, el Dios que se hace hombre (ya se ha hecho hombre de lo contrario no seríamos cristianos); pero para celebrar su nacimiento como hombre en Belén empezamos mirando a su final. Esto tiene mucho sentido y es instructivo, pues nosotros no prepararíamos esta Navidad, ni celebraríamos el Adviento, ni prepararíamos nacimientos en las casas, ni cantaríamos villancicos, si no fuera porque éste que vamos a ver como un bebé recién nacido es Dios hecho hombre del que nosotros ya sabemos que ha dado la vida por nosotros, que ha resucitado y nos ha abierto las puertas del cielo y nos da la vida para siempre. Los cristianos no recordamos a un emperador muerto, ni celebramos una efeméride de algo que se quedó en el pasado y lo rememoramos como un estímulo en nuestra historia. Nosotros entramos en relación con Dios, viva y directa, en cada celebración, y cada día cuando entramos en contacto con Él, con el Señor que ha triunfado y ha vencido al mal, y vendrá glorioso al fin de los tiempos a recogernos. De lo pequeño, pobre y sencillo, nace lo grande. No nos lo creeríamos. Como decía el Papa Francisco en su homilía de ayer en Santa Marta: «Y los pequeños son también los protagonistas de la Navidad, donde veremos esa pequeñez, esas cosas pequeñas: un niño, un establo, una madre, un padre…». (Cf. Lc 10,21-24). Comenzar por vivir nuestra vida con sencillez, con entrañas de misericordia, siendo generosos, con capacidad para compartir nuestras vidas, nuestros bienes, especialmente con los que tenemos cerca.