Hemos de recordar siempre la segunda venida de Cristo y permanecer vigilantes en oración a la espera de su retorno. Mientras la historia sigue su curso El nos llama a vivir en la fe y en el amor, confiados a su providencia. El guía la historia. Repitamos, como lo hace el salmista, “para mi lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio” (Sal 72,28), y vivamos siempre en vela, esto es, despiertos para amar en el Señor  y trabajando sin pereza, como Iglesia unida, familia de Dios, evangelizando al mundo con su misericordia que nos salva, viviendo en esperanza. Anunciemos a todos con alegría:  “levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28) , pues su misericordia es eterna.

La historia humana, experimentamos, está llena de dramas y contrariedades, más ha sido salvada por la presencia en el mundo del Hijo de Dios que con su misericordia nos ha redimido. Su amor ha entrado ya en el mundo, se nos ha dado a conocer, y funda nuestra esperanza. Conocer y amar al Señor son ya las primicias de la vida eterna. No tiene sentido -dice Jesús- preocuparnos por el “cuándo” y el “cómo” del fin del mundo, pues es vana curiosidad, distracción inútil. Podría considerarse como una pérdida de tiempo más, de las muchas que el hombre contemporáneo se permite en su desorientación fatal, que le hace estar disipado en la existencia, afanosamente distraído y alejado de su felicidad por más que la busca desesperadamente.

Este tiempo pues, a pesar de todos los desastres que pasan, es tiempo de salvación. Lo es, en efecto, para quien ha conocido el amor que Dios nos tiene, pues ha enviado a su Hijo Jesucristo; lo es para quien ha encontrado en el perdón de Cristo una vida convertida, ha dejado atrás el pecado y la muerte y -unido a El- camina en una nueva existencia de  bautizado, como discípulo que reproduce en su vida las mismas actitudes, criterios y virtudes del Señor; lo es para quien conoce el mandato de su amor, que está fundado en su entrega hasta la muerte, y  profundiza en su fidelidad indestructible por nosotros, que es nuestra escuela de entrega de la vida; lo es para quien ha escuchado decir al Señor: “yo he vencido al mundo y al pecado”, “vuestra liberación está cerca”, “vivid en vela, anhelando el Día del Señor sin temor”; lo es para todos aquellos acostumbrados a vivir con paciencia y a padecer, en vuestros trabajos, luchas, enfermedades, compromisos, convencidos de este amor de Dios que nos salva y nos hace embajadores de su compasión para los demás.

Para hacer de nuestro tiempo un tiempo de salvación Jesús nos enseña a hacer nuestro el sufrimiento del mundo, el dolor de los excluidos, la justicia de los descartados y humillados. El amor realista de Cristo  -su misericordia- hace a los cristianos vivir sin evasiones alienantes, ni narcóticos que disuelven la vida para no sufrir, sino trabajando con sosiego por los demás y para la edificación de nuestra sociedad. Sigamos viviendo, pues, la fuerza de la misericordia, cuya gracia nos ha inundado en este Año Jubilar. El amor de Dios es nuestra garantía para vivir transformando la realidad, sin olvidar que todas las contrariedades y aún las persecuciones –pues el bien sufre persecución- son ocasiones providenciales para dar testimonio.

Del viejo templo “no quedará piedra sobre piedra”, pero el nuevo, que es la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, vivirá para siempre. Mostremos a todos el hogar de Dios para los hombres, cuyo amor no pasará nunca.

Os dejo la Carta Pastoral Misericordia et Misera con la que el Santo Padre Claurura el Jubileo de la Misericordia que tantos bienes nos ha dado a la Iglesia y a cada uno.

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