En un día grande, llenos de alegría, inaugurábamos ayer nuestra primera Capilla de Adoración Perpetua en San Fernando, celebrando antes la Eucaristía en la Parroquia de San Francisco de la ciudad de San Fernando. Vivamos cada vez más unidos a Jesús en la Eucaristía, que siempre nos espera y nos llama para colmarnos de gracias. Hagamos valer nuestra capacidad de intercesión, para, con la palanca de la oración que se une a la cruz del Redentor, colaborar poderosamente en la salvación de los hombres. Dejémosle actuar a El, y, abriéndole nuestro corazón, abrámosle las puertas y ventanas de esta ciudad.  Vengamos cada hora de nuestra adoración a recoger nuestro maná, como el pueblo de Dios en el desierto (cf. Ex 16; Num 11). Vengamos también nosotros como ellos a llorar suplicando el alimento, y dejémonos saciar. Que el desierto de la ciudad con su aridez y soledad se convierta en mesa para comer, saciarse y bendecir. Os dejo mi Homilía.

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