El sábado 8 de octubre presentaba el Plan Diocesano de Pastoral para el Curso 2016-2017 en Cádiz. Esta tarde a las 18:00 hrs., lo haré en el Colegio de la Inmaculada de Algeciras, y el domingo a las 17:00 hrs., D.M. en Ceuta, en el Colegio con el mismo nombre. Por otra parte, el viernes 7 de octubre Cádiz se engalanó de fiesta, Santa misa y procesión, para renovar su voto a la Patrona, la Virgen del Rosario. Con gran alegría comparto aquí mi Homilía para que os sea provechosa a todos….
HOMILÍA PRONUNCIADA EL 7 DE OCTUBRE EN EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO EL DÍA DE LA PATRONA DE CÁDIZ
Hermanos: ¡qué alegría tan grande por celebrar hoy la fiesta de nuestra patrona! Reconocemos una vez más que es la Madre de Jesús y Madre nuestra: la invocamos, la queremos, le rogamos. Venimos ante ella como hijos amantes y devotos que la alaban y celebran.
Desde que Santo Domingo de Guzmán afirmó que la Virgen Maríase le apareció en 1208 en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un Rosario en las manos, que le enseñó a rezarlo y que le dijo que lo predicara entre los hombres, ofreciendo diferentes promesas referidas para quienes lo rezaran, y el santo se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, la Virgen del Rosario se convirtió en la Virgen de la Victoria. A esta, su primera victoria manifiesta, se sucedieron muchas más. Mucho después, en el siglo XVI San Pío V instauró su fecha el 7 de octubre, aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto (atribuida a la Virgen), donde las fuerzas cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa denominándola también Nuestra Señora de las Victorias, e invocándola, además, como Auxilio de los Cristianos. Vinieron luego otras más, por lo que León XIII, cuya devoción por esta advocación hizo que fuera apodado el Papa del Rosario, escribió varias encíclicas referentes al rosario y consagró el mes de octubre al rosario e incluyó el título de “Reina de Santísimo Rosario” en la letanía de la Virgen. Mas tarde, tanto la Virgen de Lourdes en su aparición de 1858 como la de Fátima en 1917 pidieron a sus videntes que rezasen el Rosario para que la Virgen, vencedora de tantas batallas, ayudase al hombre de hoy a vencer las suyas.
En Cádiz, nuestra ciudad, la Hermandad del Rosario, integrada en principio por los esclavos negros residentes en la ciudad, surge a finales del siglo XVI en la antigua ermita del Rosario, hoy parroquia del mismo nombre. Con la llegada a la ciudad de los frailes dominicos y la fundación de este convento, ellos se hacen cargo de la dirección espiritual de ésta hermandad, que se traslada llevando consigo a su imagen titular al nuevo templo, en 1636. Esta creciente devoción motiva que a partir de 1691 el capuchino Fray Pablo de Cádiz fundara una por una hasta quince compañías espirituales que cada noche cantaban públicamente los misterios del rosario por las calles de la ciudad. Por otro lado, la intervención milagrosa de la Santísima Virgen del Rosario en las epidemias de 1681 y 1730, hace que los gaditanos la quisieran hacer su Patrona y benefactora, Protectora de la ciudad, patronazgo que la Santa Sede, mediante bula otorgada y firmada por Pío IX, ratifica el 25 de junio de 1867, siendo obispo de la ciudad Fray Félix. Desde entonces hasta el día de hoy, en muy diversas situaciones, los fieles, los hijos amantes de su Madre, María, no dejan de invocarla y recurren a su protección. Asi acudimos nosotros hoy. Ante nosotros tenemos los grandes retos de la vida, las no pocas luchas de la vida personal y social, los desafíos y oportunidades a los que el Señor nos llama hoy.
Este año el Santo Padre nos ha encaminado a librar también una gran batalla, que es traer a nuestra vida la Misericordia infinita de Dios. Nuestra Madre, la Virgen María, que es Madre de Misericordia, nos acompaña para otorgarnos una nueva victoria. El evangelio nos ha recordado su visita a Isabel, su prima embarazada, para ofrecerle su ayuda servicial, pero, sobre todo, para llevarle la alegría de Dios, que visita el mundo para llenarlo del gozo de su amor. Ella misma “proclama la grandeza del Señor”, “se alegra en Dios” su salvador. “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (MV 10), ha dicho el Papa Francisco. Debemos caminar y ofrecer esta vía del amor de Dios, rico en Misericordia, que nos toca el corazón cuando recibimos el perdón con humildad, “que es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (id.). El mundo de hoy, amenazado continuamente por tantos peligros, nos exige vivir, proclamar y llevar a los demás el amor compasivo de Dios revelado en Cristo. Nuestra misión es salir al encuentro de todos anunciando este corazón palpitante del evangelio, que es la misericordia de Dios, en un renovado anuncio de la Buena Noticia, que es el mismo Jesús (cf. id.12). María, la “bendita entre las mujeres” por el “fruto de su vientre”, es la dichosa porque ha creído, abriendo su vida al don de Dios. Por ella la misericordia de Dios “llega a sus fieles de generación en generación”.
En esta fiesta que celebramos no venimos tan solo ante Nuestra Señora a pedir por nuestras necesidades. Queremos asistir – como nos invitaba a hacer San Juan Pablo II— a la escuela de María que nos lleva siempre a Cristo (cf. Carta Rosarium Virginis Mariae), la Misericordia encarnada. Necesariamente hemos de saber juzgar y superar, con la luz de la fe, las dificultades que el cristiano se encuentra en su camino cuando desea vivir el gozoso testimonio del hecho cristiano. Maria debe alentarnos a responder con fidelidad al Señor. Debemos afrontar, como ya sabemos, la secularización que vive nuestro país, que introduce una censura de la dimensión religiosa de la persona humana. «En la vida pública, el silencio sobre Dios se ha impuesto como norma indiscutible. Este silencio va produciendo una falta generalizada de aprecio y de valoración no sólo del cristianismo, sino de cualquier referencia religiosa Cada vez más la mentalidad de nuestros conciudadanos, también de no pocos cristianos, y especialmente de las generaciones nuevas, se va haciendo pragmática, sin referencias habituales a Dios y a la vida eterna» (CEE, Plan Pastoral para este quinquenio,1).
La “nueva cultura” –comprendida como un sentido de la vida fruto de las filosofías e ideologías de finales de los ss. XIX y XX–, entra en liza no solo con el sentido religioso de la vida arraigado en el corazón del hombre y que promueve la cultura cristiana, sino de una antropología que hace del hombre medida de todas las cosas y que relega a Dios como algo innecesario para la vida e incluso inútil, por no decir dañino, pues se afirma limitar el poder omnímodo del hombre y su autonomía total. Se pretende responder a las verdades del hombre y del mundo con los avances tecnológicos, pero sin dar respuesta al alma humana y a sus interrogantes, sino, más bien, produciendo mayores vacíos y acosando a la persona a la soledad y desesperación. Sin embargo nuestra sociedad, –y la Europa de las medidas concretas—también necesita ideales. El supuesto pragmatismo, la “equidistancia” aparente con la creencia de las personas, no da a la sociedad más ecuanimidad, ni mucho menos, una mayor conciencia moral, sino menos; posiblemente más ideologización y sectarismo, que no es precisamente el mejor camino de convivencia en las sociedades democráticas y civilizadas. Paradójicamente el relativismo posmoderno ha generado una forma de pensar absolutista, una ortodoxia inflexible que ha convertido lo políticamente correcto en dogma. Sin embargo, la regeneración ética o moral que la sociedad pide continuamente y que censura en todo los casos de corrupción, es una llamada a los principios, al humanismo, en una palabra, a la fe coherente y vivida que ha ofrecido esperanza, dignidad y generosidad a pueblos enteros, como el nuestro. Recuperar la esperanza no depende tanto de medidas económicas, sino de la libertad, del diálogo interpersonal que construye, que trata al otro como sujeto, no como objeto, y de la fe. Tenemos los cristianos la gran oportunidad de mostrar la grandeza y belleza del Kerygma, el anuncio de la verdad de Cristo –que es Camino, Verdad y Vida– y la novedad de la de la vida de los discípulos del Señor que sabe acoger y dialogar y, con gran respeto, mostrar el valor de la verdad y del amor, que es la mejor aportación para la convivencia humana. La gracia nos pone, además, en el trampolín para perfeccionar la naturaleza, empezando por nosotros mismos, con la fuerza de Dios.
“Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu Santo que nos hace hijos”, no esclavos sino libres, herederos por voluntad de Dios –decía San Pablo a los Gálatas (4,7)–. El Señor nos permite acercarnos al mundo con misericordia, con libertad, y tocar el sufrimiento del mundo y sus necesidades, curar las heridas con el oleo de la consolación, vendarlas y curarlas con la solidaridad (cf. MV 15), devolver la dignidad a cuantos piden auxilio. Esas son las obras de misericordia que estamos practicando con vitalidad renovada este año jubilar, recordando que “en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz, Palabras de Luz y de amor, 57). Nietzsche se equivocaba cuando exhortaba: “Permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales”. La vida cristiana ha demostrado lo contrario: la confianza esperanzada en Cristo es nuestro motor vital que nos hace ser enteramente fieles a la tierra, a reconocer que la vida es un don que se ha de amar, al amor a nuestro pueblo y su desarrollo, a construir un mundo de hermanos, a desprendernos de nuestros bienes para compartirlos con los necesitados. La esperanza nos abre a la gracia que transfigura la realidad, a comprender a todos construyendo puentes de convivencia, a trabajar por la justicia y la paz.
El Rosario nos hace integrar la vida de Cristo y hacerla nuestra para llegar a ser “otros Cristos”, para tener sus sentimientos, unidos filialmente a nuestra Madre, María, Maestra en modelar el corazón con la misericordia de Dios. Recemos el rosario, en particular o en familia, en la iglesia o en la calle, pues sigue siendo un arma valiosísima que ella misma ha puesto en nuestras manos, para interceder poderosamente y para interiorizar en nosotros el amor misericordioso de Dios. Para dejarnos guiar por María hemos de valorizar el rezo del rosario, que nos adentra en la fe, nos hace empaparnos de los misterios de Cristo, nos asimila al Evangelio para que modele nuestra vida (cf. Benedicto XVI). Ella nos llena de la “esperanza contra toda esperanza” (Rom 4,18), la esperanza que Dios otorga a los humildes, y nos da la confianza de ser amados, lo que nos permite asumir el riesgo de la fe, y la entrega a los demás. Recorrer los misterios de la vida de Cristo con María nos permite entrar en una escuela de contemplación y silencio, y nos deja oír la voz de Dios, que suena más fuerte que la nuestra. (Cf. Benedicto XVI, Verbum Domini, 88), y allí recuperar la conciencia, el sentido del bien y del amor. María alienta así en nosotros la dimensión vertical de la vida, pues abre el alma al plan de Dios, pero también la dimensión social, fraterna y apostólica, pues nos enseña a vivir la caridad cristiana y la promoción social; a llevar el evangelio a todo el mundo, a traer la reconciliación y la paz.
Ante la Virgen del Rosario, Nuestra Patrona, nuestro voto de hoy es un ofrecimiento que nos permite a los gaditanos pedirle confiadamente su intercesión poderosa. Oremos pues: para que María sostenga a las familias en el amor y el compromiso en la educación de los hijos; para que de fuerza a los padres para ser los protagonistas en la transmisión de sus valores y su fe, sin dejarse arrebatar por nadie su misión de padres otorgada por Dios. Para que sostenga a los que no tienen trabajo y viven en la exclusión social; para que ayude a los sin techo, a los abandonados, los desprotegidos, los emigrantes, refugiados, y cuantos viven sin el cariño de los suyos; por las familias rotas o desestructuradas, por los encadenados a la droga o cualquier dependencia; Para que acompañe a los jóvenes y les de valor en las pruebas y esperanza en la dificultad; que no permitan que se los “trague” el mundo ni la mundanidad, menos aún el pecado que les aparta del bien; para que afronten con valentía la solicitud fácil de las pasiones que les hacen esclavos del egoísmo, la sensualidad y la comodidad; para que superen la tentación del “sofá”, de vivir apoltronados, y estén activos para servir, especialmente a los necesitados; por la inocencia de los niños, los adolescentes, y por los novios; para que de consuelo a los enfermos, a los ancianos, a los que sufren; que encuentren fuerza y sentido para compartir la cruz de Cristo que nos salva y capacidad de ofrecer lo más valioso de sus vidas. Que ella nos permita caminar con decisión y alegría por el camino de la santidad.
Pidamos también por los que nos gobiernan: para que no se busquen a sí mismos ni sus intereses, sino, por encima de todo, el bien común, la justicia, la solidaridad y la paz, que ineludiblemente han de estar fundadas en el respeto a la persona y sus derechos; por las asociaciones cívicas y religiosas, las ONG´s, por Cáritas, por las parroquias de Cádiz y por cuantos fomentan el bien y la convivencia en armonía y paz, por los que promueven la justicia y dignidad de las personas o atienden a los necesitados; por España, por Andalucía, nuestra región, por nuestra querida ciudad de Cádiz y todos los gaditanos, para que llevemos a todos el evangelio y la misericordia del Señor llegue a todos
“¡Alégrate, Hija de Sion; grita de gozo!”. “El Señor te ama, se alegra en ti” (cf. Sof 3,14ss). Que estas palabra del profeta Sofonías que se cumplen en María, se hagan también realidad en nuestra vida. Dios nos colmará de su misericordia para que su amor, más fuerte que el egoísmo y que la muerte, nos haga hombres nuevos, santos, con la victoria de Cristo. Que nuestro pueblo pueda renovarse con la fuerza del Evangelio para llegue a todos la vida de Dios, esa misericordia que nos llena aquí de gozo y que salta hasta la vida eterna.
¡Nuestra Señora del Rosario, Ruega por nosotros!