Hoy podemos estar, los propios católicos, enfadados con la Iglesia y el mundo. Entramos en el dfícil ámbito del qué hacer y cómo hacerlo: la corrección. Y en la segunda obra de misericordia espiritual: «enseñar al que no sabe». La tentación máxima que encuentro es la de no tener el deseo de buscar el bien al corregir u opinar: dirigir la libertad hacia el bien, que es su fin y razón de ser; sino de quedar por encima, lo cual es desastroso. No se trata de tener la razón sino de conseguir provocar, animar a la búsqueda verdadera del bien de cada uno, que es Cristo.
En efecto, por pura misericordia de Dios sabemos que por encima de los pensamientos, las directrices ideológicas, la persona es como es y no podemos dejar de buscar el bien. El mal es mal. A lo mejor erramos a la hora de decidir dónde está el bien y dónde está el mal. Ya decía Santo Tomás que incluso cuando hacemos el mal lo escogemos bajo especie de bien, nos creemos que es un bien para nosotros, aunque a lo mejor me hago mal a mí mismo. Como pasa con el pecado y con tantas cosas en la vida. Nos engañamos a nosotros mismos.
En un momento histórico y cultural como el actual, en el que impera el relativismo a la hora de pensar, se hace mucho más difícil corregir, pues claro, si no sabemos dónde está el bien y dónde está el mal, que es lo que marca la dirección de la brújula, si no sabemos dónde está el norte y el sur, se hace muy difícil educar. Para cuánta gente, a quienes les atrae la caridad de la Iglesia y su vida comunitaria, sin embargo, esta pretensión moral de enseñar les crea un tremendo rechazo.Es el imperialismo del sentir: si siento así, se acabó la discusión.
Parece que nuestra sociedad es una sociedad de la imagen. Situamos nuestro ser más en la imagen que en la realidad. Lo importante es cómo nos vean, cómo nos manifestemos, aunque sea en un grupo concreto de referencia en el que «me siento querido». Pero, ¿qué pasa con nuestro interior? Hoy para muchos que intentarían guardar esa imagen atractiva externa el discurso moral sería terriblemente incómodo. Pero tendrían que aceptar que el mal existe y nos hace mal. Y aunque no queramos aceptar sermones moralizantes, en los que a veces hemos caído, sin lugar a dudas, sin saber justificar el por qué del bien y el por qué del mal que nos hace mal, tenemos que aceptar que nuestra imagen interior, que nuestra alma se desfigura tanto que nos daría verdadero asco y terror si nos viéramos tan desfigurados. Como Dorian Gray que al ver su retrato después de asesinatos, violaciones, robos, se vio tan terrible y repugnante que, al final, no pudo soportar ver su imagen interior.
Hoy, a la Iglesia le cuesta mucho y a nosotros los cristianos, hablar de salvación, porque el hombre de hoy no entiende que deba ser salvado. Entendemos que el hombre necesitado tenga que ir a Cáritas a pedir sustento, entendemos que los que sufren los horrores de la guerra necesiten ayuda, incluso que debamos enviar allí personas, ONGs que hagan el bien, o que fomenten la paz y no la guerra, la búsqueda del diálogo. Pero todo eso si somos realistas, si somos veraces, nos lleva a considerar un mal interior que no podemos disimular. No podemos decir todo el mundo es bueno, todo el mundo es malo, en el mundo hay tanto mal… Tenemos que llegar al fondo de nosotros mismos en la oración.
Orar, estar en comunicación con el Señor, es dialogar con ese empaparnos del sentido de la verdad, empaparnos del sentido del bien, de la justicia, de las relaciones entre nosotros. Y él ha acudido a corregirnos. Comunicamos el mismo amor a Cristo y el mismo sentido de la verdad, del bien y de la justicia, pues el amor más profundo es hacer el bien al otro. Decía Benedicto XVI en una campaña precisamente contra el hambre, después de pedir que dieran bienes materiales, colaboración, ayuda, dinero etc. añadió…”y dadle a Cristo, porque bien poco da quien no da a Cristo”.
Es decir, -y vuelvo a las madres y a los padres cuando queremos dar a Cristo al otro, cuando queremos que progrese tu hijo o tu hermano-, uno busca el bien y se tiene que morder muchas veces el quedar por encima, el orgullo, porque es mucho más importante el bien del otro. Y ese bien lo aprendemos en la oración. Y ese bien lo aprendemos en la Iglesia. Pero esa es la misión de enseñar, de regir, de santificar, de los sacerdotes, de los ministros de Dios, de los padres, de los educadores, poder decir donde está la verdad, con la humildad de saber que Dios está por encima de nosotros, que nosotros nunca somos la verdad ni tenemos toda la verdad, pero Dios si la tiene, y si es maestro en orientarnos para vivir, por eso la Iglesia es maestra en humanidad y es capaz de ofrecer y de educar con su vida al mundo y a los hombres, y si no lo hace, pervierte su misión, y si no lo hace, un padre que no educa, conseguirá que sus hijos sean salvajes, pero no educados, ni psíquicamente ni moralmente, y lo que es más peligroso y contundente, si no lo hacemos se haría verdad en nosotros y en los que nos rodean el Retrato de Dorian Gray, la corrupción interior.
Dios nos da la gracia. Dice San Pablo, “a nadie debamos más que amor”. Porque en el amor entendemos nuestra vida y el ofrecimiento de la verdad, y nuestro apostolado. Por qué es importante evangelizar, por qué es importante llevar a los demás la alegría del Evangelio, como nos ha dicho el Papa Francisco, pues porque ¡claro que el hombre necesita de salvación!, si no, frustrará su vida. Cuántas lágrimas, padres, madres, como Santa Mónica, por la conversión de su hijo Agustín. Y cómo nosotros tendríamos también que lamentarnos del mundo que vive en su tristeza porque no conoce a Cristo y en su pecado porque no conoce el bien de la gracia.El principio, el eje y el fin, es el amor, que si es de verdad, como decía Santa Teresa de Calcuta, tiene que doler.
Tenemos que pedirle hoy al Señor que fortalezca nuestra caridad para que seamos una comunidad viva donde reine el amor. Que seamos capaces de animarnos a vivir siempre en el bien, en la verdad, en la justicia y en el amor. Que busquemos al otro con la misma mirada de amor con la que Cristo nos mira a nosotros, para atender a los necesitados, a todos los necesitados, a los que necesitan la paz en medio de la guerra y el alimento en medio de la carestía, y el consejo y el bien en medio de una sociedad relativista, y en la comunidad cristiana presidida por Cristo podamos avanzar en el amor de Dios hasta la vida eterna.