Todavía recordamos con cariño la Exposición Itinerante sobre la vida y espiritualidad de la entonces Beata Teresa De Calcuta que llegó a nuestra Diócesis, en Cádiz y desmbarcando también en Ceuta, hace algo menos de dos años. El domingo 4 de septiembre del presente, miles de peregrinos fueron testigos de la canonización, en la plaza de San Pedro, de la conocida como Madre Teresa. No podía ser en otro momento que en el Año de la Misericordia porque “era muy consciente de la necesidad de la misericordia”. Su testimonio como “testigo privilegiado de caridad y de generosa atención a los pobres y a los últimos” contribuya a llevar cada vez más a Cristo “al centro de la vida” y a vivir generosamente su Evangelio “en el continuo ejercicio de las obras de misericordia para ser constructores de un futuro mejor, iluminado por el esplendor de la verdad”. Este es el deseo del papa Francisco. El Santo Padre celebró en la plaza de San Pedro la audiencia general y dio la catequesis para el mundo del voluntariado y los trabajadores de Misericordia. Rezó para que los devotos de Madre Teresa, “imitando su ardor apostólico” puedan realizar “esa revolución de la ternura iniciada por Jesucristo con su amor de predilección a los pequeños”, pues, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dan “forma y visibilidad a la misericordia”. Santa Teresa de Calcuta “se ponía a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana”, destacó Francisco. El único criterio de acción de los cristianos –dijo en su homilía– “es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo, derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión”.
Sor Mary Prema Pierick, M.C., Superiora General de las Misioneras de la Caridad, ha recordado los momentos compartidos con la nueva santa. “Era siempre muy humilde con nosotras”, “aceptaba todo, también las cosas difíciles” y “nos alentaba a continuar”. Llevaba a sus hijas “cada vez más cerca a Jesús, a la Virgen María”. “No hacía nada para unir a la gente a ella pero con su ejemplo lo conseguía”. Madre Teresa era la primera en llegar a la oración de las 5 de la mañana, y después de la misa “estaba lista para ayudar a todos”. “Su sonrisa era el mejor regalo para Jesús y para nosotras”. “Era muy obediente”. Su visión del mundo y de las personas –ha recordado– estaba inspirado «en el amor infinito por el Señor». Y su trabajo con los más pobres deriva de este profundo amor por Cristo. Finalmente ha querido precisar que “tenemos que continuar su ejemplo y herencia”.
Deberíamos aprender, sobre todo, que la soberanía del hombre en el cosmos no es un triunfalismo de especie, sino asumir la responsabilidad hacia los débiles, los pobres, los indefensos. Dios escucha el grito de los pobre. Glorifiquemos a Dios en medio del mundo viviendo el misterio de la misericordia divina, siendo reflejo del amor de Dios que nos ha creado y que, por la caridad, se hace presente y se manifiesta en su ser más íntimo. El amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Lo importante es que cada uno, si quiere, puede llegar a ser como la mano tendida de Cristo que llega a todos.