Jesús varias veces habla de su Pasión y siempre consigue asustar a sus discípulos. Pero Jesús no nos quiere engañar. Su identidad y su personalidad conllevan su misión. ¿Qué significa que es el Salvador, el Hijo de Dios? Que Dios amó tanto al mundo que envío a su propio Hijo para dar la vida por nosotros en redención de nuestros pecados; que Cristo, que es Dios Hijo, rostro visible de la misericordia del Padre, el amor infinito de Dios, entiende la vida de una forma determinada. Asume nuestra vida humana y, aceptando nuestra propia carne, se ha hecho hombre, y lo ha hecho para dar la vida, para morir, porque es propio de la naturaleza humana la muerte, la finitud. El Hijo de Dios, el Verbo trascendente que no muere, asume una carne mortal, para morir, como nosotros, que descubrimos en el Señor no sólo que viene a rescatarnos de la muerte y abrirnos las puertas del cielo, ni siquiera a recomponernos por dentro y poner orden en nuestro corazón, a purificarnos, a elevarnos a la dignidad de hijos, y hacernos vivir su propia vida que es la Santidad de Dios, a lo que aspiramos en esta vida y en la otra. El Señor es el primero que camina para mostrarnos cómo se hace esa fidelidad a Dios, cómo ejerce Dios su señorío. Pues su mayor poder infinito se refleja de manera magnifica en su amor, en dar la vida
El Señor muestra con claridad que el discipulado implica la cruz. No se refiere solo al martirio que el Señor puede pedirnos en un momento concreto. Está hablando del día a día, donde morimos para vivir, donde tenernos que amar superándonos a nosotros mismos, donde tenemos que vencer nuestras pasiones, donde tenemos que encontrarnos con Él para con ese amor salir al encuentro de los demás, encontrarnos con un Amor capaz de vencernos a nosotros mismos y a nuestros egoísmos y pecados, porque si no, realmente, no nos entregamos.
Decía el profeta Zacarías “mirarán al que traspasaron”. Ya se preanuncia el Redentor traspasado en la Cruz. Realmente en los tiempos del Profeta, en el exilio, el pueblo de Israel está dolorido, perdidos sus hijos, con lágrimas desgarradoras. Abriendo el corazón son capaces de aceptar que los caminos de Dios a veces contradicen nuestra sensibilidad, pero nunca nuestro afán de bien, de verdad, de justicia y de amor. “Mirarán al que traspasaron” es la clave para poder aceptar a Cristo, arrodillarse y convertirse ante el Señor, y decirle “yo quiero ser discípulo tuyo”. “Ya sé que tengo que cargar con la Cruz. Pero ¿es que hay alguien en este mundo que no tenga Cruz, que no vaya a sufrir o a morir? Pero yo sé que tu le das sentido a mi vida y que seguirte a ti es tener el amor eterno que nos salva, y que sufrir y amar contigo es la palanca con la que tú has querido elevar el mundo, salvarlo y encontrarte con nosotros, porque todo el mundo cuando sufre te puede reconocer mejor. Seamos nosotros testigos de su amor.