EspañNos encontramos ante las próximas elecciones y los partidos políticos están ya en plena campaña. Una y otra vez oímos sus declaraciones, disputas, indicaciones, réplicas y respuestas, intentando captar el voto de los electores, que somos nosotros, todos los ciudadanos. Somos conscientes de que los partidos políticos no fueron capaces de ponerse de acuerdo después de las últimas elecciones generales del 20 de diciembre pasado y debemos volver a votar para salir de este atolladero. De nuevo la “pelota” está en nuestro tejado, el del pueblo soberano, para encontrar la solución. Pues seamos responsables y que nadie quede sin votar. España se juega mucho el 26 de junio.  Por tanto, desde el apartidismo político y los principios desde los que la Iglesia ha de juzgar y moverse en lo relativo a las realidades temporales-  insto a votar en conciencia y con responsabilidad pensando en el bien común y en la consolidación y reforzamiento –con la precisa, purificación y regeneración— de los verdaderos valores que han de conformar el presente y el futuro inmediato de España. “Estamos en un momento crucial”, “en una encrucijada de nuestra historia” en la que podrían romperse las coordenadas de nuestra sociedad y su convivencia, como nos recordaba no hace mucho el Cardenal Ricardo Blázquez.

El cuarto mandamiento de la Ley de Dios enseña y exige el amor a la patria y nuestros deberes para con ella. Uno de los más importantes en un sistema democrático es la obligación de votar, y no hacerlo supondría un pecado de omisión. Como cristianos debemos votar libremente, ciertamente, pero con criterios morales y sopesando con discernimiento no solo los programas, sino también las personas y su credibilidad, sus valores, objetivos, etc. a la luz de la siempre iluminadora Doctrina Social de la Iglesia.

Dice el Concilio Vaticano II: “Recuerden todos los ciudadanos el derecho y el deber que tienen de votar con libertad, para promover el bien común. La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran el bien de la vida pública y aceptan las cargas de este oficio… Los cristianos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de responsabilidad y servicio… La Iglesia, por razón de su misión y competencia, no se confunde en nodo alguno con la política, ni está atada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguarde del carácter trascendental de la persona humana” (IM 75-76).

En primer lugar debemos ir a votar y hacerlo responsablemente, sin dudarlo. Y, de manera inmediata, orientar decididamente nuestro voto por las opciones que de manera más completa expresan una concepción cristiana. Hay que procurar conocer bien a quien damos nuestro voto, qué defienden y qué no, con una información objetiva; por ello es también conveniente conocer las listas. No es fácil en las actuales condiciones encontrar partidos que puedan recibir de manera coherente el voto cristiano. Será el discernimiento personal y la conciencia de cada uno quien decidirá qué hacer. Algunas personas tienden a reducir estos aspectos a unas cuestiones y, descuidan otras.  En caso de no satisfacernos sus propuestas, hay que escoger a quien ofrezca mayores garantías de procurar el bien común de un modo más cercano al evangelio, es decir, a esa Doctrina Social de la Iglesia que se desprende de el y que defiende al hombre, es decir, a la persona humana, en su dignidad y en todos sus derechos y libertades.

Ante las próximas elecciones, la conciencia cristiana ha de estar especialmente atenta al modo en que aquellos a quienes demos nuestro voto intentarán resolver el apoyo claro y decidido a la familia, fundada en la unión indisoluble de vida y amor de una mujer y un varón, el fomento de la calidad educativa en todos los centros de enseñanza y la garantía efectiva del derecho de los padres a elegir la educación que desean para sus hijos; que pueda ofrecer un desarrollo económico y social donde el trabajo proporcione una vida digna y recursos para vivir, al tiempo que sea respetuoso con todos y beneficioso con los excluidos y necesitados; políticas sociales y económicas respetuosas y promotoras de la dignidad de las personas, que favorezcan la libre iniciativa social, en la economía y en la cultura; que propicien el trabajo para todos y la justa distribución de las rentas; que presten especial atención a los más desfavorecidos, como los inmigrantes, los ancianos y los enfermos; que atiendan a la necesaria solidaridad de nuestro país con los pueblos subdesarrollados o en vías de desarrollo. Tampoco hay que olvidar el valor de nuestra Constitución, a Europa como marco de referencia para España, el derecho a la libertad religiosa y la apuesta por la laicidad positiva en las relaciones Iglesia-Estado.

Votar es un ejercicio de la caridad y de la solidaridad. Todos han de contribuir con su voto al bien común. Los cristianos sabemos que esta contribución la debemos a nuestra patria en virtud de la caridad, es decir, del amor que viene de Dios y nos impele a buscar el bien de todos y cada uno de nuestros prójimos, aun a costa de algunos posibles sacrificios personales (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, números 2239 y 2240). Pero que esta oportunidad de votar nos haga ver, al menos, que hoy es radicalmente insuficiente limitar la responsabilidad política a votar cuando toca. Es necesario un compromiso mayor. También deberíamos preguntarnos, dado que repetimos las elecciones porque no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo, si somos capaces de convivir y de colaborar con los demás en nuestra vida diaria, sobre todo cuando tratamos con personas de ideas y posturas diferentes. Debemos aprender a valorar lo bueno de cada uno para llegar a tener encuentros positivos, es decir, aprender a dialogar, a construir juntos.

“Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra» (EvG 84).

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