Nos aproximamos a la gran Solemnidad del Corpus Christi. Tratamos de volver al Cenáculo para desde allí, como los apóstoles, salir al mundo. Los hebreos pudieron comprender que habían sido alimentados milagrosamente con el maná en su duro éxodo, en el desierto. Del mismo modo, el nuevo maná de Cristo llena en el desierto de toda vida, y sacia el hambre interior. Es el mismo Jesus, presente misteriosamente en el pan que da la vida, el que nos sacia de verdad.
La eucaristía es, por tanto, el gran milagro de Cristo, su mayor don, su sacramento. Pero no es tan evidente. También ante el Pan de vida podemos preguntarnos sorprendidos e ignorantes, como los judíos en el desierto, “¿qué es esto?”. También Cristo se ha quedado “velado” y la mismo tiempo “revelado” en el. Nosotros proclamamos hoy publicamente esta gran verdad, nuestro gran secreto, pero que sigue siendo completamente desconocido para muchos, y para algunos depreciado, por tanto, también sin conocer. Anunciemos hoy claramente a todos que el hombre vive de Dios, no sólo de pan. Que nuestro tesoro es la union con Dios: “Quien come mi carne habita en mi”; que Cristo vive en nosotros si nos insertamos en El para Gloria de Dios.