reunion_obispo_periodistas_3_05_05_16Ayer domingo celebraba en la Catedral con todos vosotros un día especial, y de vital importancia. Fundamentalmente por el Señor, que asciende al cielo, y con ello nos libera del pecado y de la muerte, con la promesa del Espíritu Santo. También recordábamos la 50 Jornada de las Comunicaciones sociales, como cada año. El Santo Padre ha enviado a los periodistas y comunicadores en general un Mensaje para la 50 Jornada de las Comunicaciones Sociales. Existe una relación directa entre la misericordia y la comunicación. Lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos. El amor, por su naturaleza, es comunicación, lleva a la apertura, no al aislamiento. Y si nuestro corazón y nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios. La comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad. Es hermoso ver  personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio. La palabra del cristiano, sin embargo, se propone hacer crecer la comunión e, incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, trata de no romper nunca la relación y la comunicación.

Con mayor motivo dentro de la Iglesia se trata de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor el calor de la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la predicación y en el testimonio, la «chispa» que los hace vivos.

Hemos de descubrir el poder de la misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver a llevar paz y armonía a las familias y a las comunidades, superando, si es necesario las viejas heridas para poder reconciliarse. Y esto se puede aplicar a la relación entre los pueblos, pues la misericordia es capaz de activar un nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó Shakespeare: «La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble bendición: bendice al que la concede y al que la recibe» (El mercader de Venecia, Acto IV, Escena I).

Esta invitación es muy necesaria en el ámbito político y en la información publica de los medios de comunicación. Es fácil ceder a la tentación de aprovechar las situaciones y alimentar de ese modo las llamas de la desconfianza, del miedo, del odio. Se necesita, sin embargo, valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. Resuenan con fuerza, por tanto, las palabras del Señor en el evangelio: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. […] Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,7.9). Sería magnífico   para la convivencia que el estilo de nuestra comunicación fuese tal, que superase la lógica de la condena. A veces debemos enjuiciar situaciones de pecado –violencia, corrupción, explotación, etc.–, pero no podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios puede leer en profundidad sus corazones. Nuestra tarea es amonestar a quien se equivoca, denunciando la maldad y la injusticia de ciertos comportamientos, con el fin de liberar a las víctimas y de levantar al caído. Se trata de afirmar siempre la verdad con amor (cf. Ef 4,15), con el respeto que merece cada persona, sin destruirla con juicios precipitados o severos, a menudo sin comprobar. Sólo palabras pronunciadas con amor y  acompañadas de mansedumbre y misericordia tocan los corazones de quienes somos pecadores.

¿Es demasiado idealista pensar en un a sociedad enraizada en la misericordia? Pero ¿no quisiéramos hacer de ella “como una familia”? Para eso hace falta comunicar, que significa compartir, y para compartir se necesita escuchar y acoger. Saber escuchar: esta gracia inmensa es un don que se ha de pedir para poder después ejercitarse practicándolo. Toda la comunicación puede hoy unir, pero también crear la división entre las personas y los grupos, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa discusión o un linchamiento moral. En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad.

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