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Hemos celebrado el día de San José Obrero, el día del trabajo. En este Año Jubilar de la Misericordia es preciso recordar que, más allá de su valor económico, el trabajo es un bien de la persona. Mediatizados por la cultura dominante nos cuesta entender su verdadero sentido y su valor para el ser humano y para la vida social. Comprenderlo bien es decisivo para toda la cuestión social, si se mira desde la perspectiva del bien de la persona. El trabajo constituye una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, pero, entender esta dimensión esencial de la existencia humana, nos sitúa ante la primacía del hombre respecto de las cosas (cf. S JuanPablo II, Laborem exercens, 12). Es, por tanto, una cuestión política básica y fundamental.

“La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas” (EG 188). La misericordia debe hacernos luchar por la justicia y afrontar las causas del empobrecimiento, transformar las estructuras injustas y vivir iniciativas concretas y cotidianas de solidaridad. Dar la vida por los hermanos es la misericordia que nos hará tratar con justicia a las personas, ser justos, y colaborar a construir una “nueva mentalidad” (EG 188) para traducir el tesoro de la Doctrina Social de la Iglesia a propuestas concretas para el mundo del trabajo y de los trabajadores. Esta nueva mentalidad, tan necesaria, reconoce la suprema dignidad de toda persona, el valor del trabajo y sumerge en una nueva cultura de la misericordia.

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