Depositarios de los bienes que por amor hemos recibido de Dios, los cristianos somos a menudo como el hijo mayor de la Parábola del Hijo Pródigo, que siente envidia, celos, y se encierra en sí mismo frente a la venida de su hermano menor, que ha dilapidado los bienes del Padre. Siente indignación por un amor hasta el extremo que él mismo recibe y ha recibido. Tiene que ser el padre del relato, que representa a Dios Padre, el que le haga pensar en el valor supremo del amor que tiene que regir las relaciones, y tiene que decirle que si él verdaderamente se siente como quien es, como un hijo de su Padre que vive en su casa, debe sentir y hacer suyos los sentimientos del corazón del Padre para acoger a todos, fundamentalmente al extraviado y al pecador, para salir de sí, para amar, no para instalarse y hacerse dueño de aquello que también él ha recibido misericordiosamente.
Estamos preocupados por nosotros mismos. Quizás nos mantenemos fieles, cerca del Señor y en su casa. Pero deberíamos saber buscar, administrar, gestionar, y apropiarnos mejor de ese amor recibido, que nos da necesariamente un corazón universal y que nos hace, como dice continuamente el Papa Francisco, salir a buscar al necesitado, “a las periferias existenciales”, que pueden estar más cerca de nosotros de lo que suponemos: son aquellos que no conocen a Dios. Dios nos ha dado su amor no para que construyamos una vida más cómoda y placentera, sino para hacernos crecer, vivir y gozar, con esa felicidad que se descubre al amar: en amar más que en ser amados, entregándonos como Cristo en la Cruz.
Quiera Dios que viviendo en su casa, los que deberíamos de tener la experiencia de ser pecadores y de haber necesitado la reconciliación, podamos extirpar de nosotros toda falta de caridad, toda agresividad contra los otros, toda pasión que nos enfrente unos con otros, para mostrar en este mundo dividido que Dios se ha hecho presente y que en su Iglesia encontramos una comunidad de hermanos que nos muestra que Dios es Padre y que nos espera para amarnos y hacernos eternamente felices con su amor en el cielo.