Nos encontramos en un momento incierto dentro de la política y por tanto de la sociedad española. Esta incertidumbre se extiende por diversas razones al panorama internacional. Y los cristianos sabemos que tenemos una responsabilidad con respecto al mundo. Nuestra contribución más profunda se encuentra en el concepto cristiano de la persona humana, que hemos de conocer, reconocer, vivir y por tanto trasmitir, para sanación del mundo entero. Este concepto está en la raíz de la democracia, y consiste en el valor de toda vida humana como soberana de su propia libertad y por tanto responsable de sus actos ante Dios y ante el resto de la sociedad. Este convencimiento sobre el hombre que es amado por Dios y valioso por si mismo -pues su dignidad remite a Dios-, es el principio que, había sido desarrollado como teoría política por insignes maestros de la filosofía, la teología y el derecho, especialmente en los siglos XV y XVI –. Así lo hicieron los grandes maestros de la Universidad de Salamanca con el reconocimiento de un Derecho de Gentes precursor de los Derechos Humanos.
La historia de la democracia reflejará posteriormente la influencia de diferentes teorías políticas, sus justificaciones absolutistas más o menos “ilustradas” o revolucionarias, pero aquellos diputados de 1812 –clérigos o seglares- dejaron su impronta en la ciudad de Cádiz al declarar que “el primer deber del Estado es procurar la felicidad de los ciudadanos”, y no precisamente desde sus opiniones, sino desde la verdad del hombre, reflejada en aquellos derechos de hombres libres, para lo cual era necesario invocar la protección de Dios que lo fundamentaba desde el inicio, -“en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”-. No encontraron oposición alguna entre su confesión cristiana y su vida ciudadana, sino, por el contrario, su mejor garantía.
Este es el camino cristiano que da fundamento a un humanismo del que nace la defensa de la vida, el valor de la persona, la igualdad y la libertad, un sentido de la familia, porque Dios mismo, que nos ha hecho libres, fundamenta y orienta nuestro obrar y garantiza su pervivencia. Somos responsables del mundo. Estamos llamados hoy como cristianos a vivir la lógica del don, y mostrar al mundo que la experiencia cristiana pone a la persona humana y su realización plena, en el centro del bien común, siempre subordinados a la verdad última del hombre, que puede guiar nuestra convivencia sin instrumentalización alguna particular (cf. Juan Pablo II, Centesimus Annus).
Recordamos a la Madre Teresa de Calcuta que será canonizada pronto en Roma, Nobel de la Paz y signo en hechos y palabras de el amor de Dios a la persona humana, a cada una.