El hombre contemporáneo no está abierto a la verdad, sino cerrado a la misma e imbuido por una autosuficiencia donde parece que él puede ser la piedra de toque, lugar de comprobación o referencia de todas las verdades. Sin embargo este hombre es un hombre manipulado: ¡tiránicamente manipulado! Las grandes tiranías del S. XX se han impuesto sobre todo por la fuerza militar, pero las tiranías actuales entran de otra manera, haciendo de la persona, como ya decía Ortega y Gasset, el “hombre masa”, masificando a un hombre que al final piensa lo que le dicta la propaganda o lo que le infunde la educación oficial. Marcuse hablará del “hombre unidimensional”, teledirigido. Es la ingeniería social pretendida y ejercida por la tiranía oculta que masifica y despersonaliza al ser humano de nuestro tiempo.
El católico, que vive y escucha a Dios en la Iglesia, debería de ser inmune o casi inmune a esta influencia despersonalizadora, por su referencia a la verdad de Dios, que comparte en su Palabra y le hace ver con la luz del Espíritu. Por eso el cristiano está llamado siempre a ir contracorriente y a ser un peligro en las grandes dictaduras. Son en ellas siempre perseguidos por simplemente pensar y conducirse abiertos a la verdad, y no se someten a las ideologías imperantes que son ídolos, normalmente regidos por tiranos.
Necesitamos volver a la verdad. En un mundo relativista, escuchar a Cristo decirnos la verdad de las cosas nos hace salir a nosotros mismos de esa modorra del conformismo y del bienestar, donde parece que somos libres porque estamos en un espejismo de libertad, porque tenemos cien cadenas que escoger en la televisión, o todo un mundo online a golpe de clic, o podemos escoger entre tanta oferta de consumo, pero donde realmente somos gregarios, en un pensamiento único que normalmente nos aparta de nuestro bien y de nuestro fin, y donde se crea, insensible pero rápidamente, una sociedad esclava donde la persona no vale, donde reina el egoísmo y donde al final hay que someterse indiscriminadamente a las tiranías de los que gobiernan, a los mismos que les viene bien para gobernar no encontrar resistencia, ni pensamiento, ni voluntad en el hombre masa.
El Señor salva porque salva la inteligencia y la libertad: “Para ser libres os ha liberado Cristo”, nos dice San Pablo. Por eso dieron la vida los mártires de la antigüedad y del S. XX, y del S. XXI donde la Iglesia sigue siendo perseguida en más de 150 países en el mundo de forma cruenta, de forma disimulada, en otros pocos más. Pero “cielo y la tierra pasarán, más mi Palabra no pasará” nos dice el Señor en el Evangelio. El hombre no tiene veinte caminos para elegir, tiene el de la verdad, la justicia y el amor, que le presenta Cristo, el Hijo de Dios. Por eso ha venido a salvarnos. No ha venido a darnos una opinión, sino a enseñarnos y mostrar en Su persona el camino de la vida.
Veneremos Su Palabra, escuchemos la Palabra de Dios en la Iglesia, en el Magisterio, en la Tradición, los Santos Padres, en nuestra vida compartida. Y animémonos a vivir del Bien, a que esa Palabra se haga vida entre nosotros, nos haga otros Cristos, y por tanto, por el bautismo, un Pueblo de Sacerdotes, Profetas y Reyes. Cada uno de nosotros ha de ser la voz de la verdad conocida, porque Cristo se ha hecho uno con nosotros, nos ha identificado con Él haciéndonos partícipes, como hijos de Dios, de la naturaleza divina.