Celebraba este fin de semana la apertura del Año de la Misericordia en Cádiz y Ceuta. Dios-Amor viene a nosotros esta Navidad y ya se aproxima en el Adviento. Ha venido a nosotros y queremos entrar en Él. El Padre, « rico en misericordia » (Ef 2,4) en la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor.
Pero para acoger al niño Dios, a este amor sobreabundante en el corazón, hemos de reconocer que estamos necesitados, que somos pobres que Él enriquece, somos sedientos que en Él quedamos saciados. En una palabra, somos mendigos. Así es, somos indigentes del perdón y la gracia de Dios. Es necesario confesar hoy abiertamente que somos débiles y pobres, pero no debemos temer. Dios triunfa en los débiles que se dejan fortalecer, en los pobres que se dejan enriquecer.
El Papa Francisco nos ha recordado, sin embargo, que “la mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia”. El drama del humanismo ateo es que renegó de su fuente y llega a negar incluso su sed. Sin embargo nadie puede prescindir de Dios, de su amor, de su compasión -que es la vía que une Dios y el hombre-, porque nos abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre a pesar del límite de nuestro pecado, porque es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona.
En efecto, la Misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro, pero no es solo el obrar del Padre, sino que nos descubre el criterio para conocer nuestra identidad de hijos. Porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia así, entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, con misericordia, con el corazón, la mente, los sentimientos y las obras de los hijos de Dios, con el corazón del Hijo de Dios, Cristo.
¿Porqué avergonzarse, si hasta Dios mendiga nuestro amor? Dios hecho hombre para asemejarse en todo a nosotros asume nuestra pobreza de tantas formas: ¡Feliz pobreza! ¡Feliz culpa! que nos ha entregado su amor. Que no nos avergüence acudir a su amor, a su perdón, a la conversión, y aprender a amar humildemente al otro, como Dios hecho niño nos amó y en la Cruz nos salvó.