Ya ha comenzado el tiempo litúrgico del Adviento con el que nos preparamos durante cuatro semanas para celebrar el Nacimiento del Salvador. Esta preparación para la Navidad se puede encontrar ya en las actas del Concilio de Zaragoza, en el año 380. Durante los días 17 a 25 de diciembre, los cristianos debían asistir a la iglesia todos los días, preparándose para la celebración del Nacimiento del Señor. No es una mala costumbre, podríamos aprovecharla nosotros.
Hemos de prepararnos para celebrar un hecho que cambió el mundo y nuestras propias vidas: la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios. La Navidad es una pascua, un paso del Señor, y tenemos que preparar el corazón para que no pase de largo por nuestra vida. Por eso, la invitación fundamental del Adviento es a estar en vela, a orar, a despertar del sueño de la muerte y avivar el deseo de recibir a Cristo.
Os invito a tener en casa la Corona de Adviento, una corona con cuatro velas, que se van encendiendo, una a una, los cuatro domingos de Adviento, cuando la familia se sienta a la mesa. También es de gran ayuda el bonito calendario de Adviento, que tampoco están mal, sobre todo si viene cargado con chocolatinas. Descárgate uno aquí. Son costumbres ingeniosas para vivir lo esencial y no distraernos de la verdadera alegría que constituye la fiesta y le da su sentido.
Os invito a rezar por las personas sin hogar y procurar socorrerlas por los medios a vuestro alcance. Oremos también por los frutos del viaje apostólico del Papa a África, donde se ha encontrado la pobreza, la corrupción y el tribalismo como los principales males. Su presencia ha sido signo de esperanza, un impulso para la juventud, para la lucha contra el radicalismo y una mayor conciencia ecológica ante la explotación de los recursos naturales, y sobre todo, un verdadero testimonio que impulsará sin duda la evangelización.