Ayer en la Catedral de Cádiz celebraba con todos vosotros la Misa de Acción de Gracias por la canonización del pasado fin de semana en Roma de Madre María Purísima de la Concepción, Hermana de la Cruz. En este carisma de las Hermanas, hijas de Santa Ángela de la Cruz, hay unos rasgos que necesitamos interiorizar para una verdadera Nueva Evangelización: una vida entregada que parte de una entrega interior antes que la exterior: Es lo que en la vida interior se llama mística, la oración y la unión con Dios, y la ascesis, del griego esfuerzo, pues el camino de la santidad supone una colaboración por nuestra parte. El esfuerzo mayor lo ha realizado ya Cristo que ha dado la vida por nosotros, y nosotros nos unimos a la fuerza de su amor, a lo que Él nos ha conseguido, para ser colaboradores. Pues no cabe duda de que tenemos que elegirle. Debemos, ante el egoísmo o el amor, buscar el amor, incluso el más esforzado, y apartarnos del egoísmo.
Esta vida ascética, sacrificada, de renuncia, es por el bien de los demás, por procurar su bien material. Hoy recordamos en la Iglesia continuamente que el amor de Cristo nos exige volcarnos con los pobres y necesitados. Pero cuantas veces podemos diluir esa ayuda simplemente en algo material, sabiendo que hacemos una obra buena. Pero el Señor nos pide siempre no la obra simplemente buena, sino el bien mayor, que es devolver la luz de la fe, ayudar a sus necesidades materiales, pero ofrecer la salvación, que es la luz del corazón, la alegría del alma, mucho mayor que cualquier felicidad meramente mundana.
En la Cruz, María Purísima veía una doble cruz, la Cruz de Cristo, y enfrente la propia, la de uno mismo. Parece que necesitamos encontrar verdaderamente al Señor Crucificado. Pero no tenemos que ir muy lejos para encontrarle. Tenemos que mirar nuestro corazón, morir con Él, y sin duda, experimentar inmediatamente la alegría de servir y el gozo de dar la vida por los demás.