Ayer celebrábamos en la Catedral la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz y hoy nos acordamos de María Santísima de los Dolores. En la Cruz está nuestra salvación. Vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida. Nos encontramos con el triunfo de Cristo, el Amor que vence al mundo. La Cruz de Cristo es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. La Cruz del Señor nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.
Sí, mirando la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él. Llamados a compartir la muerte de Cristo quisiéramos decir con San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo” (Gal 2,19), pues los “sentimientos de Cristo (fil 2,5), han de ser los nuestros. Mirando la Cruz de Cristo, nos sentimos movidos a compartir el sufrimiento solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sin embargo, la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora. Jesús nos enseña que la vida es donación de uno mismo. La Cruz es escuela de donación.
Junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente. La Virgen de la soledad (la de los Dolores) es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con su presencia maternal y su intercesión nos ayuda a perseverar en el amor de su Hijo, en medio de un mundo que a veces parece consumirnos.
Detrás del velo de la fe está Jesucristo vivo, el resucitado que nos ama infinitamente. Con el la cruz es luminosa, pues es Cristo Esposo quien murió en ella por amor. Si nos abandonamos con confianza en el su amor nos encontrará y llenará de gozo eterno. Digamosle: Gracias, Señor, por tu Cruz gloriosa: “Tu eres digno de recibir el honor, la gloria, el poder, porque con tu sangre compraste para Dios a hombre de toda raza lengua y nación, y has hecho un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra” (Apc 4, 10-12).