Hay una indisoluble unión del amor con Dios y del amor a los hermanos. El mismo San Juan Pablo II en su visita a Orvieto en el año 1990, dijo: “Jesús se ha convertido en nuestro alimento para proclamar la soberana dignidad del hombre, reivindicar sus derechos y sus justas exigencia para transmitirle el secreto de la victoria definitiva sobre el mal y la comunión eterna con Dios”. Así es: comulgar con Cristo nos hace uno con El para tener los sentimientos de Cristo, para asociarnos con la carne de Cristo sufriente: con los pobres, oprimidos, abandonados, enfermos y excluidos, personas dependientes, emigrantes y prófugos…
Que nos acostumbremos a salir a la calle a la búsqueda del prójimo que necesita el alimento de Dios, su alianza, entrar en su casa, vivir la buena noticia del Evangelio.
La comunión con Cristo sólo se logra con el ARREPENTIMIENTO, confesión y enmendar el camino. No nos hace encubridores del pecado. De una vida en lujuria a una vida en Castidad. En Cristo es posible.