Algunos ecos de la festividad del Corpus Christi que recientemente hemos celebrado. En una sociedad como la nuestra sumergida en la crisis, el desencanto y la desesperanza, cobra enorme sentido la dimensión social de la Eucaristía y de la vida cristiana: San Justino, que transmitió la primera narración de la celebración de la Eucaristía , recuerda al describir las Misas de los primeros cristianos que en ellas: “los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuántos se hallan en necesidad”.
Dentro de la carta de Juan Pablo II Mane Nobiscum Domine de 7 de octubre de 2004, señala que: “La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser ‘signo e instrumento’ no sólo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida… la Eucaristía es como una gran escuela de paz, donde se forman hombre y mujeres que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y políticas, sean artesanos de diálogo y comunión. La participación en la Eucaristía es un impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna”. Por el amor mutuo y la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo.
La Eucaristía es presencia real del Señor que adoramos y acogemos en la hospitalidad de la fe y el amor. Participar plenamente en la Eucaristía recibiendo el Cuerpo de Cristo supone un grado determinado de unidad de los comulgantes con el Señor y con la Iglesia y al mismo tiempo estimula el amor al revivir la entrega de Jesús por nosotros y reclama una fraternidad cada vez más honda.
La Eucaristía es fermento de solidaridad en el mundo, debe curar las heridas diarias infligidas a la fraternidad cordial y efectiva y también es un aldabonazo a los cristianos necesidades y bienes. Nos hace sentirnos unos parte de otros y que por lo tanto si crece el otro crezco yo, es decir crecemos, progresamos juntos, sólo juntos.