Escuchamos frecuentemente en los Evangelios: “Los publicanos y pecadores se acercaban a escucharle…” ¿Qué atraía tanto a aquellos hombres –no precisamente “piadosos”- de la persona del Galileo? ¿Por qué pensaban que era interesante escucharle? Sin duda el Señor no estudió marketing en Harvard ni realizaba campañas de imagen. Sus palabras a veces eran duras, exigentes. Sin embargo algo en Él le hacía irresistible. “Sólo Tú tienes palabras de vida eterna” le dirá Pedro. Los hombres buscaban –y buscamos- sentido para nuestras vidas, nos interesa nuestra vida concreta y su significado ¿Pero quién puede descifrar el misterio de la existencia, de cada vida sino Aquel que la ha hecho? La gran pregunta que hoy muchos lanzan a la psicología, a la ciencia o al tarot sólo puede responderla Dios. El gran Ignorado que sigue buscándonos. Algo nos falta y no sabemos qué. Nos falta El. El hogar perdido. Como el niño que entre la música ensordecedora –aparentemente divertida- de la feria, se ha perdido, y llorando, busca la mano de su madre, mientras todos ríen y bailan, ignorado; así, todo hombre, como aquellos pecadores y publicanos, busca, llora, suspira, en la soledad y el silencio al que nuestra sociedad ha relegado estas preguntas, pensando que quizás terminen por desaparecer, dormido el corazón, anestesiado…
Pero, como decía A. Machado “¿Mi corazón se ha dormido?… No; mi corazón no duerme. Está despierto, despierto. Ni duerme ni sueña; mira, los claros ojos abiertos, señas lejanas y escucha a orillas del gran silencio”. Ese “gran silencio” ha prorrumpido en una Gran Palabra, en la Palabra que el Padre llevaba en su corazón y que encerraba el secreto de nuestra vida: “Tú eres mi hijo, precioso para mí, seas como seas, hagas lo que hagas, tú eres mío, mi obra querida, mi hijo”. No es una palabra efímera, como las nuestras. Su Palabra es una persona, Jesucristo. El hombre de ayer y de hoy “mira, escucha,…” aunque sean señales lejanas. Y en Cristo –hoy como ayer- en su humanidad visible, tierna y concreta que hoy es su Iglesia, encuentra la cercanía del amor de Dios, el sentido de su vida, la vuelta a casa. Ojalá nuestra vida –carne de Cristo- irradie esa luz que atraiga a todos hacia El.